Me contaron una anécdota hace muchos años, pero me pareció tan esclarecedora que nunca he podido olvidarla. Joselito y Belmonte compartían apartamento en el tren y, sin saber de que hablaban Gallito y El Pasmo de Triana (el de la Calle Feria), aquello no debía tener desperdicio. Me contaban que, cuando el tren iba a llegar, entre risas acordaban salir cada uno por un vagón diferente para dar que hablar.
Belmonte sobrevivió a Gallito y acabó por poner fin a su vida años más tarde. Joselito se tornó en mito cuando aquella cogida mortal en Talavera lo ascendió a un Olimpo que también correspondió a Belmonte, por más que Valle-Inclán entendiera que había de matarlo un toro para sublimarlo definitivamente, pues él inventó con sus pies zambos el toreo moderno.
Aun con todo, Joselito consiguió que su amada Madre, la Reina de San Gil se visto era de luto por él un 31 de mayo. Aquella estampa que siempre vuelve supera al tiempo e hiela la sangre ante la mirada de la misma Madre de Dios. Y es que les confieso que por más que he visto esa fotografía, no dejo nunca de recordar aquel amanecer de Viernes Santo, cuando un rayo de sol entre las nubes le iluminó la cara y le cambió el rostro.
Aquello lo viví a pocos metros y es cuando uno comienza a comprender que lo que cree no es una mera convención acordada. El plano se abre y el alma sale a ras de piel. Cuanto ocurra después poco importa, pues si te aferras al recuerdo, a aquella certeza primera, entiendes cuál es tu destino.
Blas J. Muñoz
Fotografías Archivo de ABC