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viernes, 24 de junio de 2016

Enfoque: La ciudad de la incultura


Blas J. Muñoz. recuerdo aquella noche de hace tanto, no sé si más de una década ya. Recuerdo a Joaquín, a Manuela o a Paco compartiendo tertulia, cervezas y algún tequila los últimos que quedábamos. Recuerdo aquellas botas de charro y, sobre todo, que esquina con esquina del Mestizo estaba Anaquel. Era un triángulo familiar entonces el que formaban la librería, la casa de mi hermandad y aquel bar que no era un bar, sino un espacio común de amigos que confluían por todas partes. Me vienen a la memoria tantos nombres, tantos amigos que prefiero no nombrarlos porque la emoción perdida vuelve con su lastre nostálgico.

Acodado en aquella barra esperaba los viernes con un café, leyendo la sección Internacional de El País. Después, un paseo por aquellas estanterías sagradas (mis cuentos de la edad del Jazz) y algo de conversación con Antonio, de la que alguna vez salieron relatos como Buenos Aires. No era otra Córdoba ¿O sí? Lo que sé es que la echo de menos, pues aunque fuera la misma ciudad y hubiera idéntica podredumbre intelectual en su tono general tenía el halo de un poema decadente y opiáceo de Baudelaire.

Anaquel cerró y aquella herida aun me duele. Es curioso comprobar como el tiempo cerró las heridas que afectaban a lo devocional, al trato recibido en cofradías y cómo la eliminación de un espacio de confort te amputa algo de ti para siempre. No había futuro y se pidió la capitalidad cultral en una ciudad que cerraba sus librerías y vendía su alma al diablo de las grandes superficies para comprar cultura a precio de rebajas. Lamentable, no; imperdonable.

Beta fue un rayo de esperanza y, al ver el titular que anunciaba su cierre, creánme, no tuve fuerzas para seguir leyendo porque ya sabía que nunca podré volver al lugar donde le compré el primer libro a mi hijo. Queda la República de las Letras y poco más. El sinsentido es que alguien se rasgue las vestiduras porque piensen que en San Sebastián estén celebrando su capitalidad como algo ilegítimo, cuando la hipocresía nació cuando se pidió algo que hace demasiado que perdimos. 

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