Blas J. Muñoz. ¿Qué inspiró a Juan Martínez Cerrillo? ¿Qué país, que ciudad, en qué pequeño rincón de su estudio resonaban aun los ecos de las bombea? ¿Qué paz del alma anhelaban el imaginero y la ciudad y sus gentes? ¿Cuándo le temblaron las manos al ver el rostro de su propia creación? ¿Cómo pasaron los días, las noches, hasta que todo quedó dispuesto y era sola Ella la luz de la nueva esperanza?
Cada momento, a cada instante que algún solitario devoto atraviesa las puertas del Santo Ángel y Ella lo mira, aquella historia de amor entre Juan y su Niña, su Palomita, se reproduce y actualiza una vez más en el auténtico obsequio de la fe que se hereda de generación en generación con ese icono que ruega, vela, ampara y nos insufla la fuerza necesaria en el momento preciso.
En la mañana de la onomástica de su hacedor, Nuestra Señora de la Paz y Esperanza amanecía vestida, de blanco radiante, para el periodo estival y, con su luz nuclear, alumbrar la ciudad como lo que es, la Paloma blanca de Capuchinos.
@BlasjmPriego