Guillermo Rodríguez. Como viene sucediendo en los últimos años y a imagen y semejanza de los destrozos sufridos de manera periódica por la escultura de Antonio Gómez Aguilar, párroco de la Trinidad y fundador de la Obra Pía, o la estatua de Manolete que preside la Plaza del Conde de Priego, el Cristo del Adarve, situado en las inmediaciones de la cordobesa plaza de Colón, sufre desde hace años la ira irracional uno o varios atacantes que periódicamente se ceban contra parte del patrimonio colectivo de la ciudad y al que profesa una honda devoción buena parte del barrio en el que habita, ante la incomprensible anuencia del ayuntamiento de la ciudad que nada ha hecho por impedir semejantes ataques con medidas de seguridad preventivas adecuadas para evitar que siga sufriendo daños e identificar a los agresores, al menos para se hagan cargo de la factura de la restauración, y cuyos dirigentes han demostrado escasa preocupación por el lamentable estado que presenta el Cristo, dañado por pedradas.
Bajo el amparo de la cobardía y la seguridad que otorga la recoleta ubicación del cuadro, la nocturnidad y la perenne soledad, el Cristo, obra de Juan Manuel Ayala, ya fue objeto de destrozos en 2013 fecha en la que fue retirado por el ayuntamiento de Córdoba, entonces gobernado por el Partido Popular, para ser restaurado por su propio autor, cosa que es esta ocasión y hasta el momento no ha sucedido bajo mandato de los nuevos inquilinos de la Casa de Capitulares.
Tras una ausencia de año y medio, la obra regreso a su lugar para volver a recibir ataques en forma de pedradas desde entonces, ante las quejas de los vecinos que no comprenden que puede atentarse impunemente contra un bien común más allá de las creencias religiosas de quien lo cometa, según declaraciones a ABC de Rafael Soto, presidente de la Federación Cordobesa de Asociaciones Vecinales, quien se ha solicitado al consistorio la entrega del cuadro para el autor “vuelva a repararlo”.
Cabe recordar que tras la restitución en su lugar original, en septiembre de 2014, la pieza fue cubierta por un grueso plástico que no ha impedido que continuase recibiendo pedradas, con el consiguiente deterioro del elemento protector y de la propia obra cuyo estado aconseja una nueva intervención. Al igual que ocurre con otras obras que trufan las calles de la ciudad de San Rafael la ausencia de medidas de vigilancia las convierten en presa fácil para comportamientos propios de quienes carecen del más mínimo respeto por sus conciudadanos y odian lo que no comprenden. Una medidas de vigilancia que impidan que parte de la esencia de nuestra ciudad continúe sufriendo desperfectos impunemente y se puedan adoptar las oportunas acciones legales contra quien ataca a pedradas al Cristo del Adarve, o destroza estatuas como la de Gómez Aguilar o Manolete, ante el silencio de quien tiene la obligación de protegerlas.