Guillermo Rodríguez. Amaneció la mañana en que la Iglesia celebra la Natividad de la Virgen María, con la expectación propia de ver en sus calles a una de las joyas más hermosas de cuantas atesora el joyero de la Córdoba Cofrade. A las 8 en punto, con exactitud británica, el cortejo de la hermandad de la Huerta de la Reina, comenzó a avanzar bajo el cielo temprano para dar paso a Nuestra Señora de la Estrella y que su caminar se integrase entre el numeroso gentío que la esperaba.
La Virgen se entregó a su barrio impecablemente vestida a hombros de su cuadrilla costalera, hermanos y devotos. Un rosario que permitió que durante dos horas, Córdoba fuese testigo de la dulzura infinita de la preciosa imagen que tallase Juan Ventura. Dos horas en las que La Estrella brillo cómo sólo Ella sabe, llenando de Luz las calles de La Huerta de La Reina. Nuestro compañero Antonio Poyato quiso acudir frente a su mirada para convertirse en mensajero del milagro que cada año se produce la mañana del día de la Fuensanta.
La Virgen se entregó a su barrio impecablemente vestida a hombros de su cuadrilla costalera, hermanos y devotos. Un rosario que permitió que durante dos horas, Córdoba fuese testigo de la dulzura infinita de la preciosa imagen que tallase Juan Ventura. Dos horas en las que La Estrella brillo cómo sólo Ella sabe, llenando de Luz las calles de La Huerta de La Reina. Nuestro compañero Antonio Poyato quiso acudir frente a su mirada para convertirse en mensajero del milagro que cada año se produce la mañana del día de la Fuensanta.