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sábado, 17 de septiembre de 2016

Sin ánimo de ofender: Lo primero es lo primero


No hace muchas semanas que me decidí a tratar de transmitir las ideas y palabras que una persona a su vez ya había intentado explicarme en más de una y de dos ocasiones –  esa última con especial ahínco – acerca de lo que, a su parecer, debía de ser una hermandad con mayúsculas. Un concepto que comienza por la propia semántica de la palabra y que por lo tanto se asienta sobre el término “hermano” con todo lo que ello conlleva: la unión de voluntades, la fraternidad y la solidaridad por encima de cualquier tipo de interés personal o patrimonial.

Cierto es que ese papel parece adquirir, afortunadamente, cada día más relevancia en el seno de nuestras corporaciones con las labores de concienciación y la puesta en marcha de múltiples alternativas que tienen como objetivo hacer más fácil la vida del prójimo que, por circunstancias de diversa índole, no lo es tanto. Y así, como fruto de esa campaña colectiva de sensibilización y la difusión de las variadas obras sociales llevadas a la práctica, las cofradías parecían por momentos alejarse del  prototipo de “asociaciones sacacuartos” y desentendidas de cualquier tipo de caridad en detrimento de sus semejantes más necesitados.

A pesar de ello, hace apenas unos días que no pude evitar volver a escuchar un sinfín de críticas indiscriminadas vertidas sobre la actividad de las hermandades, todavía comprendidas como grupos sin iniciativa ni identidad propias, a las que se identificaba por completo y sin atisbo de duda con la Iglesia, la que asimismo y según parece resulta incapaz de hacer absolutamente nada positivo, sin valorar por un instante la injusta generalización y fama con las que muchas personas se ven obligadas a convivir.

Lamentable y probablemente, aquellas críticas no son más que una proyección de un pensamiento aún muy extendido y basado en el desconocimiento y el intencionado alejamiento con respecto a todo lo que tenga que ver con la religión. Lo cual conduce a pensar que, tal vez, será aún necesario largo tiempo hasta que la sociedad llegue a ser consciente de las obras de caridad tan relevantes y comprometidas como las que llevan a cabo las hermandades de la Merced o la Agonía, cuyos miembros, por suerte, no dudan en hacerse eco del increíble trabajo social en el que, al igual que otras, ambas corporaciones se esmeran con el completo convencimiento de estar dando prioridad a lo que verdaderamente merece serlo a pesar de la inmensa falta de reconocimiento que aún existe – y seguirá existiendo –  por parte de un gran número de personas.


Esther Mª Ojeda






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