Carlos Gómez. El aire destilaba un aroma distinto la mañana del domingo. El aroma de las cosas únicas, tal vez irrepetibles, pero inequívocamente históricas. Todos se arremolinaban alrededor de la dolorosa del Zumbacón camino del Palacio con el que comparte nombre para mirarla, para rezar junto a Ella y para beber de su infinita mirada que acaso parecía esbozar un halo de satisfacción por el regalo que le hacían sus hijos mercedarios.
Elegantemente vestida y acompañada por un considerable número de fieles, la Virgen de la Merced llegó al Colodro donde la esperaban sus hijas, las Esclavas del Santísimo y la Inmaculada que rezaron una Salve dedicada a Ella, en uno de los momentos más emotivos de la mañana. Tras una emocionante petalada en la calle Marroquíes, la Reina de San Antonio de Padua enfiló camino al que era su objetivo, el Palacio de la Merced, a cuya iglesia accedió el cortejo mientras repicaban las campanas del templo. Tras él, Santa María de la Merced llegó a su destino para hacer historia, un hermoso pedacito de historia mercedaria.
Nuestro compañero Antonio Poyato quiso ser testigo de una mañana que ha pasado ya a formar parte de la memoria de toda la Córdoba Cofrade.