Dicen que las mentiras tienen las patas muy cortas, y es cierto, es más fácil coger a un mentiroso que a un cojo. Por eso frecuentemente los mentirosos compulsivos suelen estar aquejados de un mal que se reproduce con una asombrosa frecuencia entre este subgénero de seres humanos, el “homo mentirosus”. Un mal que les hace vivir en el interior de una burbuja, mostrando una cara que nada tiene que ver con la auténtica, en la que se alimentan de un ego fingido que esconde un rosario de complejos y en la que se atrincheran cambiando periódicamente de enemigo para intentar acercarse lastimosamente a los mismos que antaño ocuparon la trinchera de enfrente. Un mal que se materializa en la absoluta y completa soledad, probablemente adulterada por una multitud de aduladores, pero soledad al fin y al cabo. Suelen ser personajillos que nutren su colección dinámica de amistades a costa de difundir suciedad a diestra y a siniestra atacando al enemigo del nuevo amigo, aunque el nuevo enemigo fuese amigo hasta antes de ayer… como diría Víctor García Rayo, “yo me entiendo”.
Lo que no alcanzan a comprender estos individuos es que la gente no es idiota aunque a veces, bien por interés, bien por ingenuidad, pueda parecerlo. Antes o después la mentira es puesta de manifiesto y entonces, la credibilidad se hunde para siempre en el sumidero de la vergüenza, para no volver a levantar cabeza jamás. ¿Que de quién estoy hablando?. Pues de nadie en concreto, de muchos, de algunos de quienes nos rodean a ustedes y a mí, de ciertos dirigentes cofrades, de “negros” que escriben para los que firman dejando en evidencia a sus propias hermandades, de cínicos que obran del mismo modo que hasta ayer denunciaban en otros, de aves de rapiña que, copa en mano, mendigan una miserable primicia aunque eso suponga rebajarse al barro y enterrar para siempre aquello que un día llamaron amistad, de personajes con dinero que construyen su existencia a costa de la necesidad de terceros jugando con la vida de aquellos cuya carestía no les permite otra opción. Pónganles ustedes el nombre que deseen. Lamentablemente hay muchos perros para estos collares.
Y es que este cáncer no es exclusivo del mundo cofrade, ¿qué duda cabe?. Se multiplica y extiende a nuestro alrededor como el odio que tanto daño hace a esta putrefacta sociedad. Es cierto que tal vez duela más que su mancha ensucie a un sector social que debería moverse por parámetros más honorables y dignos que la difamación, la amenaza, velada o no, y el intento continuo y continuado de aplastar con saña al competidor al que se le acaba otorgando el papel de contrincante y enemigo. Olvida no obstante el “homo mentirosus”, que cuando se construye un castillo a costa de estos cimientos, siempre termina por derrumbarse, antes o después, porque por más que se predique la supuesta solidez de un proyecto, un castillo de naipes no es más que un castillo de naipes. Que muchos dirigentes cofrades han forjado su proyecto de hermandad o incluso su proyecto de vida basándolo en encontrar un posible enemigo común y aglutinar a su alrededor a un buen número de enemigos del objetivo, es una evidencia que basta tener dos ojos para contrastar con absoluta nitidez.
Ocurre que, lamentablemente, el elevado porcentaje en que estos sujetos proliferan en nuestro entorno provoca que entre ellos se encuentren y acuerden, expresa o tácitamente, un pacto de beneficio mutuo. Pacto que tiene una vigencia finita y a cuya conclusión se suele destapar la caja de los truenos. Entonces, comienza una nueva búsqueda, un nuevo elenco de enemigos y "amigos" y un nuevo castillo de naipes asentado en el erial de sus existencias, en la nada más absoluta de sus conciencias, en el desierto de su honradez, en el vacío de su integridad. Y nada importará a costa del intento, en ocasiones patético, de alargar el cuello intentando sobresalir del océano de la insignificancia, ni siquiera aplicar la táctica de la tierra quemada en las instituciones que dicen defender y a las que presuntamente sirven. Luego vendrán los verdaderos cofrades a sanar las heridas y a reconstruir lo destruido. Entretanto, aquellos seres miserables que provocaron la ruina o lo intentaron con toda la fuerza de sus acciones u omisiones, continuarán creyéndose el centro del universo, hallarán víctimas en otra esquina, y seguirán sembrando cizaña en otro jardín en riesgo de desastre… mientras el mundo sigue girando mirando hacia otro lado…
He dicho
Sonia Moreno