Como en todo, hay ciertas cosas que con la ayuda del paso del tiempo y de alguna que otra influencia – en ocasiones tan extremadamente ineludible – comienzan a sucederse toda una serie de cambios que a veces se traducen en resultados positivos y otras, en cambio, no tanto, aunque también esto dependa del cristal con que se mire. De lo que no cabe duda sin embargo, es de la enorme relevancia que la moda juega también en el ámbito cofrade y donde antes se llevaba la austeridad, ahora se lleva la abundancia, donde había seriedad ahora hay bullanga y donde sonaban bandas de música ahora suenan cornetas y tambores.
A estos clásicos “ahora sí – ahora no” tampoco ha sido capaz de huir el sector del costal y, como alguna persona me recordaba recientemente, cuando antes había que pasar forzosamente por el paso de Cristo para poder entrar en el palio, ahora hay que hacerlo a la inversa. Pero no, no a “cualquier” paso de Cristo, debe ser al de misterio. Un gran misterio, con un paso de también grandes dimensiones, dorado a ser posible y si porta sobre él a un romano a caballo muchísimo mejor. Como complemento, aunque en cierta forma igualmente imprescindible, que abunden las chicotás en su caminar. Una moda que en más de una ocasión ha dejado numerosos huecos bajo los palios, los nazarenos y los crucificados, debiendo ir al final al auxilio de éstos algunas de las cuadrillas de esos otros populares pasos de misterio. Y así hasta nueva moda y las consiguientes emigraciones.
Ante estas circunstancias y sin tener nada en contra de los misterios en cuestión, que en realidad tanto nos gustan a todos – incluso a aquellos que tanto se afanan en rechazar ese ambiente de jarana – y a pesar de las idas y venidas de lo que ahora se lleva y luego no, siempre es agradable encontrar entre toda la lista a dos hermandades de esas que pasan por el tiempo y no al revés. Dos hermandades ajenas a toda moda, estilo, influencias y opiniones como son la de Ánimas y la del Santo Cristo de la Salud. Pues entre el tumulto de marchas, de cuadrillas de costaleros, del griterío y el trasiego de gente al final siempre quedan ellos, con ese inconfundible e inalterable sello.
Afortunadamente en estos casos – en los que tan presente está el sentido penitencial que con tanta facilidad se olvida en otros contextos – parece ser que, al menos aún, no quepa imaginar al Santísimo Cristo del Remedio de Ánimas ni a su discreta y Bendita Madre procesionando de otra forma que no sea la de deslizarse por las calles con un sonido que no sea el del rezo de sus nazarenos. Así como tampoco sería lo mismo un Lunes Santo en el que Cristo de la Salud no anduviese, sigiloso, por el entramado de callejas de la Judería, envuelto en una nube de incienso sobre los hombros de algunos hermanos de la cofradía y con el eco ya alejado de sus inconfundibles tambores roncos y la respetuosa y atenta mirada de un público que apenas se atreve a respirar.
Esther Mª Ojeda
Fotos Álvaro Córdoba y Antonio Poyato