Esther Mª Ojeda. Como una presencia discreta, casi desapercibida, se alza entre la Colegiata de San Hipólito y San Nicolás de la Villa – entre el Gran Capitán y la Plaza de Aladreros si lo prefieren – la Ermita de la Alegría. Ubicada en la calle Menéndez y Pelayo, esta antigua construcción, a cuyas puertas puede apreciarse una hermosa estampa de la célebre y admirada torre de San Nicolás, tiene una extensa y curiosa historia que comienza con su edificación a principios del siglo XV.
Algunas teorías apuntan a que en sus orígenes, este inadvertido edificio había sido empleado como hospital hasta que más adelante se convirtiese en un templo bajo la advocación del Santo Francés, San Roque Amador y posteriormente llegase incluso a albergar la imagen conocida como la Virgen de las Huertas. Con tales antecedentes y con el paso del tiempo la devoción profesada a San Roque Amador se vio fortalecida nuevamente hasta que esa veneración desembocó en la instalación de una cofradía en el año 1510 conocida con el título de Nuestra Señora de las Huertas y Rocamador, derivado este segundo del nombre del santo. La tradición que comprendía tanto la veneración a la Santísima Virgen como al Santo así como el título de la cofradía estuvo ligada a la historia de la Ermita de la Alegría hasta 1640, tal y como acreditan los documentos que se pudieron conservar.
Durante esos años, la ermita había ganado en popularidad debido a los peregrinos que en ella se alojaban intensificando la devoción a Nuestra Señora de Rocamador. Esta consabida tradición dio lugar a una leyenda que por aquel entonces se extendió como la pólvora por la ciudad de Córdoba, asegurando que una noche llegaron a la ermita dos peregrinos solicitando refugio y sustento, necesidades que ambos vieron satisfechas, hasta el momento sin ninguna particularidad. Sin embargo, a la mañana siguiente nadie encontró rastro alguno de dichos peregrinos, los cuales habían desaparecido dejando, eso sí, una hermosísima imagen de la Virgen con el Niño Jesús en brazos.
La exquisitez de las tallas se convirtió en motivo de contento colectivo, despertando la admiración del pueblo y de aquellos que aún residían en la ermita. Ese sentimiento de alegría que embargó a la comunidad dio lugar a que en lo sucesivo la ermita pasase a ser conocida con el nombre de “la Alegría” viendo la devoción aún más arraigada y, con ello, recibiendo en su seno una multiplicidad de visitas de aquellos que acudían entusiasmados a contemplar la imagen de la Virgen.
No obstante, la leyenda cuenta con otra versión que es la que asegura que fue en 1640 cuando, al derrumbarse una casa colindante, apareció un bello retrato mural de la Virgen alumbrada por una vela, sosteniendo que fue este el hallazgo causante de la denominación de la ermita.
Sea como fuere, el acontecimiento en cuestión sirvió para revitalizar la actividad religiosa y, a pesar de que el templo había estado en serio riesgo de ruina, se reedificó en 1703 con la inestimable ayuda de Francisco Hurtado Izquierdo, Blas Valdez y de la nobleza cordobesa. El reformado edificio tenía dos entradas: una que salía a la calle Menéndez y Pelayo y otra a un bello patio de columnas, ambas adinteladas y enmarcadas con pilastras. Una de esas se utilizaba para realizar la salida procesional que la hermandad llevaba a cabo y la otra para la entrada de la misma.
Con esta nueva reestructuración se propició la colocación de hornacinas y de varias imágenes entre las que destacaban las de San Antonio y San Rafael. Asimismo el interior del templo pasó a cobijar un retablo mayor de estilo rococó, obra de Manuel Sánchez de Sandoval – sobrino del ilustre escultor Gómez de Sandoval – y que al parecer fue concertado en el año 1771. Dicho retablo fue realizado en madera dorada, con una sola calle y contiene la original pintura mural de la Virgen de la Alegría, su imagen barroca y un cuadro de San Rafael ubicado en el ático que data de finales del siglo XVIII.
La Ermita de la Alegría, a pesar de haber ido desempeñando un papel cada vez más discreto con el paso de los siglos – sin duda por la influencia de la carencia de tránsito por esa calle y por su aspecto exterior, difícil de asociar a una edificación religiosa – ha conseguido llegar hasta nuestros días a diferencia de otras construcciones muy cercanas que fueron modificando el entorno en el que esta se alzaba tiempo atrás. Esos cambios afectaron, por ejemplo, al desaparecido Convento de San Martín que se erigía en la plaza de San Hipólito. Un espacio que posteriormente ocupó un triunfo levantado a San Rafael, finalmente trasladado a la representativa Plaza del Potro.
En la actualidad la ermita depende por completo de la Iglesia de San Nicolás de la Villa, pues fue parroquia fue la que acometió sus labores de restauración a comienzos del siglo XXI, realizando un trabajo ejemplar y devolviéndola al culto, convirtiéndose con todo ello en la Casa de la Hermandad de la Sentencia. Fue también la propia corporación del Lunes Santo la que adoptó como cotitular a la talla de la Virgen de la Alegría, realizada por Miguel Ángel González Jurado en 1999, sustituyendo a la primitiva del siglo XVII, cuyo estado de deterioro imposibilitó su recuperación.
La actual Virgen de la Alegría junto con el Niño Jesús que a veces porta en sus brazos constituyen en el presente la escena fundamental en torno a la que se constituye la recreación del nacimiento de Jesús. Una iconografía completada con algunas de las imágenes del misterio del Señor de la Sentencia – que ya comentábamos en publicaciones anteriores de Gente de Paz – y que toman como escenario la histórica y para muchos desconocida Ermita de la Alegría.