Fieles a la tradición, ya habido, como siempre, quienes no han podido evitar echar la vista atrás para hacer un repaso de todo lo acontecido en este año que se esfuma. Los telediarios se esfuerzan por recordarnos desde hace ya unos días todos y cada uno de los momentos que han marcado el 2016 para bien o para mal, sin dejar de lado la música, el cine y ni tan siquiera “la palabra del año”.
Esos típicos bombardeos que pretenden compilar las experiencias personales más relevantes de cada cual y su consiguiente moraleja, cargados unas veces de nostalgia y melancolía y otras de un optimismo eufórico y chirriante, se adueñan de las chivatas redes sociales, que, una vez más se convierten en el escaparate idóneo para que los más emocionales compartan públicamente sus sentimientos y conclusiones con amigos, conocidos y, a veces, también desconocidos.
Por otra parte, los hay que en lugar de mirar atrás, aparentemente, por poco tiempo más, prefieren poner sus miras y sus expectativas en el año que comienza. Un año que se afronta animosamente y con la cabeza llena de proyectos y buenos propósitos y que, por estadística, seguirán encabezando intenciones tan nobles como la de ponerse a dieta, hacer deporte o dejar de fumar.
Sin embargo, entre esos planes que nos sobrevienen de la mano de esa imponente puerta que parece separar el 31 de diciembre del día 1 de enero – como si todo lo vivido durante el año anterior fuese a desaparecer por arte de magia para dejar paso a otro radicalmente distinto – podrían alguna vez ir más allá de los típicos tópicos. Tal vez con ellos o incluso en su lugar convendría poner en práctica otra serie de hábitos para el bienestar general de la sociedad que, de aplicarse, a buen seguro terminaría por traducirse también en el de uno mismo.
A este respecto y en el caso particular del mundo cofrade, esos buenos propósitos estarán señalados por los deseos del que aspira a terminar o empezar un palio. También por los de aquellos otros que se plantean introducir los cambios que modifiquien sustancialmente el proceder que los ha identificado hasta ahora y, por supuesto, los que esperan poner un pie en el 2017 para vivir de una vez por todas el traslado de la Carrera Oficial que tantas noticias ha alimentado y, seguro, seguirá haciéndolo hasta el último instante.
Lejos de desmerecer o querer restar importancia a cualquiera de los ejemplos citados – que sin duda son enormemente trascendentales a título individual, aun en el caso en que debería ser colectivo – ojalá haya quien a estos sea capaz de sumar, al menos, la voluntad necesaria para tener una mayor visión de conjunto así como una mejor capacidad de organización – que las prisas son malas consejeras – y también de previsión. Y puestos a pedir, ojalá igualmente desapareciera el irracional sentimiento de aquellos temerosos de escuchar opiniones diferentes de las suyas propias, sin pensar que tras esa libertad de expresión se esconda necesariamente la vil intención del que se mueve por unas supuestas rencillas personales, a veces heredadas, o por el sencillo y absurdo ánimo de hacer daño sin más. Ojalá, ojalá realmente quedaran atrás esas guerras infantiles más propias de Capuletos y Montescos en pro de la objetividad, el rigor y el respeto que se presupone incluso entre esos que piensan de distinta manera. Aunque claro, teniendo en cuenta que tal puerta entre los días 31 y 1 no existe y que todo, a fin de cuentas, funciona como un continuo, quizá esto sea pedirle peras al olmo.
Esther Mª Ojeda