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sábado, 31 de diciembre de 2016

Balance: ¡Dios existe y es sevillano!


Jesús Pérez. Sevilla tiene el don de amanecer como la capital de un imperio antiguo en su esplendor. El aire profundo y fresco que estremecía a los habitantes bañaba el ambiente de una victoria que venía desde el cielo hacia el Guadalquivir. Se intuía que el mismo Dios que reside en el Reino de los Cielos y habita entre nosotros bajó con una cruz a cuestas, es la iconografía de los devotos que cada mañana se miran a sí mismos para pedir misericordia. Dios hecho madera en forma de Nazareno, su mirada fue el arma más dulce y perfecta para conquistar la fe de una ciudad que aún respira el aire añejo de un imperio ceñido al catolicismo.

Eran las once de la mañana de un recordado 6 de noviembre. La Avenida de la Constitución lucía abarrotada de gente. Unos pocos eran los mismos devotos que viernes tras viernes de hace muchos años se citan con el Señor en la Plaza de San Lorenzo, otros muchos eran feligreses o simples ciudadanos ajenos a la Iglesia que se encontraban en ese lugar porque sabían que iban a ver a alguien que no era de este mundo. Pasadas las once y media salía a la calle Jesús del Gran Poder. Bastaba su presencia para hacer el silencio entre miles de personas, solo se oía el murmullo de rezos y sollozos aguantados. El mismo rito siglo tras siglo. Dios estaba de nuevo en la ciudad, y el mundo estaba con Dios como si fuera la única necesidad fisiológica para vivir.

Miles de personas se congregaron por las vías que pudieron contener a un gran número de feligreses: Avenida de la Constitución, Plaza Nueva, Plaza del Salvador, Cuesta del Rosario, Plaza del Cristo de Burgos o la Alameda. Las aguas que vio José Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp cuando escribía a el Gran Poder en su pregón – “Que el Gran Poder nunca pasa / nunca pasará, navega / andando sobre las aguas / y aquí en Sevilla se queda”- estaban compuestas por las cabezas de todos los que fueron a verle por múltiples y variados motivos, atroces o alegres, y que solo conocía el Señor.

La música jugó un papel extraordinario en el regreso. Primero en la Plaza Nueva, cuando el paso giró para mirar a el pueblo y sonaron las marchas Ione y Sevilla Cofradiera por la Banda Municipal de Sevilla, tal como ocurrió con la primera en ese mismo lugar en 1965. Luego, en la Plaza de los Carros frente a la capilla de la Hermandad de Monte-Sión a sones de La Madrugá y Nuestro Padre Jesús. Momentos que provocaron un éxtasis entre los presentes para emocionarse de otra manera con la divinidad del rostro de este Señor.

La voz también jugó un papel primordial en la procesión. La escolanía de María Auxiliadora de la Trinidad cantó al Señor mientras el aire dibuja una pintura entre la arboleda y el cielo. Antes, el público de la Cuesta del Rosario se estremeció cuando Manuel Cuevas cantó al Señor más con el alma que con la voz. No obstante, se alcanzó la gloria en la puerta más humana y celestial que tiene Sevilla, la entrada del Convento de las Hermanas de la Cruz. Aquí las hermanas recibieron a Dios con unas voces y un sentimiento que cubría la atmósfera del aire de un sueño dulce y lento.

El Señor siguió arrancando su zancada larga y melancólica para visitar casas e Iglesia como San Isidoro, San Pedro, San Juan de la Palma o la Capilla de la Virgen del Rosario de Monte-Sión. Los rayos del sol siguieron acompañando al Señor en un regreso triunfal centrado en la luz. Nadie se resistía a perder un hueco y no ver al Señor. Sevilla entera quería empaparse del amor que derrocha el balanceo de su túnica morada.

El mensaje había quedado claro. Dios había pasado por las calles que pisamos todos los días en forma de calvario o jardín para producir el milagro de la conversión. Desde las cuatro y media sigue descansando en San Lorenzo. Es el Padre de una ciudad que nunca ha sabido vivir sin la presencia de Dios. Ahora, sigue escuchando las plegarias de Sevilla desde una excelsa basílica hasta el romanticismo e intimismo de la cabecera de una cama. Dios ha despegado su pie derecho y todos los que lo vieron aquel 6 de octubre pueden decir yo he visto al Señor. ¡Dios existe y es sevillano!






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