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martes, 19 de noviembre de 2013

La Chicotá de Nandel: La Madurez de una Generación

Han pasado los años. Mi chicotá de hoy, va para esa generación en la que me veo incluido. Una generación, yo diría, la de los 70-80, que poco a poco ha ido forjándose en nuestra Semana Santa con fuerza, con una línea clara de aprendizaje marcado por el tiempo, por inquietudes, que se han ido saciando con cultos, y sus respectivos montajes, con costales, ensayos y salidas procesionales bajo las andas de nuestros pasos, y como no, con el aprendizaje de las sagradas escrituras.

Es por todos sabido, que cuando uno nace en una Hermandad, si es una Hermandad de las llamadas “serias” o de “bulla” o “alegres”, queda ya marcado para toda la vida, con tales adjetivos, que se le unen a su persona allá donde vaya, donde camine.

El otro día, hablando con un querido amigo, me comentaba que había elecciones en su Hermandad. Una de estas, llamadas “serias”. El Señor, pasea con el caminar pausado, es un Nazareno. La Señora, con peculiar Palio, también nos deja una de las imágenes más particulares de nuestra fiesta mayor.

Me puse a reflexionar en cuanto terminamos de hablar. Él, tiene mi misma edad, hemos viajado en el tiempo por diferentes culturas cofrades, pero al fin y al cabo, nos hemos complementado los dos con las mismas vertientes. Primero uno ha escogido un camino de Hermandad de túnica blanca, otro de túnica negra, y con el tiempo, ha sido a la inversa. Hemos tocado todos los palos, como se podría decir de una forma más coloquial y de a pie de calle.

Mucho escuché en mis inicios como cofrade, la maldita frase con la que te encasillan, la cual, siempre variando en sus palabras, siempre tenía el mismo contexto, “yo era de Hermandad de “bulla”, y me importaba poco o nada todo lo demás”, asemejándose esa afirmación, a la siguiente, “cachondeo, marchas dónde bailan pasos, más cachondeo, y poca seriedad”.

Nos ha pasado esto a muchos. Algunos, le han dado más o menos importancia, pero, otros, en cambio, si tuvimos la curiosidad, tuvimos la necesidad, si me lo permiten, porque en mi caso así fue, de cambiar alguna que otra calle o giro de una Hermandad de “bulla”, por el recogimiento de una calle estrecha, de luz tenue, que nos dejaba para el recuerdo el caminar de un Señor o Su Madre, con el simple acompañamiento del incienso inundándolo todo, el rezo, o el rachear del costalero, que a veces, ni el rachear se escucha, si es Ánimas el que se hace altar en movimiento por nuestras calles.

Os animo, os animo a los que no hayáis podido contemplar tales maravillas. El pueblo de Córdoba, ha podido demostrar con el paso de los años, y lo ha hecho, el respeto, la seriedad, y la importancia de lo que estaban presenciando. Silencio ante el caminar de una Hermandad de negro, recogimiento para los sentidos y como no, promesa de volver a verla en otro lugar diferente, imaginando ya cómo sería el paso de la misma por alguna que otra calle, la cual, el allí presente visiona, y no va a dejar que el año que viene esa imagen se le escape.

Hay puntos álgidos en nuestra Semana Santa, que quizá, sean precisamente los que nos dejen ese sello particular, el que no es posible que nos copien, tanto por Talla o por marco de la ciudad, y que tampoco, nos es posible asemejar a ninguna otra Semana Santa. Hay que decir también, que las Hermandades de las que hablamos, no son de copiar muchas cosas de fuera, tienen su sello propio y latente.

Podemos observar, una cosa que a la mayoría de la gente se le escapa. Hay Hermandades, que se han dedicado, entendámoslo sin modo de burla o desprecio, “a dar un paseíto” a sus Imágenes por el centro de la ciudad, por el centro y su barrio, pero nunca, en todos los años que llevan de historia y salidas procesionales, han hecho Estación de Penitencia ante el Santísimo en la Catedral.

Estas Hermandades, salvando las complicaciones a veces para el acceso a la Santa Iglesia Catedral, portan sus Titulares hacia, el para mí, centro neurálgico del cristianismo en Córdoba.

Quién, no se ha estremecido, con la entrada de Ánimas en el Lunes santo, el caminar del Vía Crucis, por la Judería cordobesa, y el tambor destemplado que lo acompaña. A veces, hay sonidos que más que sonar, escucharse, golpean lo más hondo de nuestros sentimientos. Como el llamador de la Buena Muerte, o el repiqueteo de los varales de Su Madre Reina de los Mártires.

En mi pregón, dije que “nunca va sola La Soledad” su barrio, Hijos, con humildad en sus pisadas, y ataviados con hábitos franciscanos, nos traen la dulzura de una pena, que termina proporcionándote un paladeo a Hermandad Joven y encaminada a tener más sabiduría que muchas longevas. La mirada va a su cara con la Cruz sola a sus espaldas, el vaivén de unas sábanas colgantes y el sonido de cómo cruje la madera en una Hermandad de Silencio. Sonido único.

La Señora de Córdoba, Las Angustias... obras que para el cordobés, son importantes tanto por sus años de ayuda al pueblo, cómo por su valor artístico.

Yo, además de una vez que quise, y al final las inclemencias del tiempo no me permitieron, ser Cirineo con mi costal del Nazareno de San Agustín (algún día, lo seré), si me he acercado a dos Hermandades de estas características.

De una, puedo recalcar cómo no, la majestuosidad y el gusto que aportan a nuestros Desfiles Procesionales, el cuidado de sus Cultos, el gusto por lo bien hecho, Expiración. Fueron unos años, en que cuando terminaba el Miércoles Santo la procesión con mi Hermandad, guardaba un poquito de nervios de esos que se tienen o te produce algo místico y único en el año, para poder acompañar a Nuestra Madre del Rosario Coronada.

Una anécdota, que no se si lo será para ustedes, pero si le chocó a este que os habla. Había quedado con una persona en frente de San Pablo, justo en el lateral del Ayuntamiento. Me esperaban en la puerta lateral de San Pablo mis compañeros y amigos costaleros (aquellos años, éramos una familia)... y casi, me quedo dentro de la Iglesia hasta el Sábado Santo.

Fue una persona de la Hermandad, la que vino, y me dijo que iban a cerrar. Al término de la Procesión, allí estaba yo, postrado delante de Ella, en su lateral, viendo su cara de perfil, y metiéndome una y otra vez debajo de su manto, porque ese olor que había en él, a mí me dijo más cosas que cualquier izquierdo por delante, o cualquier ovación en Calle Nueva, Tendillas, salida o entrada de cualquier otra Hermandad.

Pude con los años, experimentar igualmente la idiosincrasia de la Hermandad del Santo Sepulcro. Ya cansado por mis quehaceres con la música, y el costal de cada día de la Semana, me despedí allí de aquella Semana Santa. Para mí, todo quedó maravillosamente reducido, al canto que se cuela bajo su paso, del Coro que acompaña a Nuestra Madre del Desconsuelo en su Soledad.

La calle Deánes, me trajo aquel año el mayor refugio para el alma, las oraciones más sinceras hacia una Madre. Plegarias, súplicas, rezos, y todo con un andar muy cortito, de frente, sin más aspavientos que los tintineos del corazón ante el esfuerzo, y la emoción.

Ojalá, gane el grupo electoral al que pertenece mi amigo, pues para este que os habla, será otra muestra más del profundísimo y fondo de armario de la sabiduría de mi generación. No hablar sin conocer, y no pecar de ser Kofrade es, a día de hoy, un paso de gigante comparado con muchas generaciones venideras, de las cuales sólo espero que cambien su rumbo con el tiempo, siempre es bueno rectificar. Que las inquietudes les ganen y también les premien, en sentimientos, conocimientos, y experiencias de lo que en definitivas cuentas, es en realidad la Semana Santa.

Que nadie deje de lado el Silencio, el recogimiento, el hablar con Dios sin que nos estorbe ni la música, y entre el Incienso, veamos la mirada de una Madre que con su gesto te hará comprender, que siempre estará ahí año tras año, para que nunca nos olvidemos de Ella, ni de acompañarla en uno de sus días más señalados, su Salida Procesional.


Fernando Blancas Muñoz





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