Bajo este ruido digital subyace la cruzada de siempre contra la Iglesia desde el desconocimiento, el maniqueísmo y el oportunismo.
La productiva factoría cordobesa de plataformas, cátedras, movimientos y aulas es inversamente proporcional a su verdadera utilidad, profundidad y sentido. Creyentes hasta ahora de que la miope endogamia era una querencia del Guadalquivir aguas abajo, convendremos quizás en que la limpieza del río nos ha hecho ver con algo más de claridad y cierta zozobra la singularidad que reina en esta especie de cíclico ensimismamiento protestón que enfila a lo que funciona y elude las auténticas fallas cordobitas. Son como las manchas del salmorejo, inevitables e inoportunas si se quiere disfrutar del manjar de esta ciudad. A la par que clarificadoras: hay mucho tiempo libre y sol de plano en la cabeza. Lo cual, por un lado, es bueno para reivindicarnos ante esos reportajes imbéciles de The New York Times que responden a su concepto luterano y anglosajón de la vida. Y malo, porque no quiero ni pensar cómo sería el resultado de aplicar ese reporterismo a este pastel cordobés. Ora pro nobis.
La enésima embestida contra la gestión de la Iglesia Católica en la Mezquita-Catedral es paradigmática al respecto. Va por temporadas, según pudiera parecer, por la proximidad del petrodólar. La campaña on line responde, una vez más, al grave desconocimiento histórico-artístico sobre un monumento y un templo del que aquí confundimos su naturaleza real con la manera popular de situarlo y referirlo en el imaginario colectivo. Piensen en un finlandés, un soriano o un tunecino al otro lado de la tecla. Es como si al señalarnos como Califato pensáramos que antes no hubo nada más; y después, solo tinieblas y Julio Anguita.
De las boutades de Mansur Escudero, al parque temático Al Mansur, pasando por las Córdobas laicas, la otra memoria histórica y las plataformas de hace tres cuartos de hora, con la completa anuencia de la izquierda exquisita dirigente, el monumento por excelencia de Córdoba, el templo-madre para los católicos como Catedral de la ciudad y el bien patrimonial protegido por la Unesco como armonioso palimpsesto cultural y artístico inédito que cada año atrae, por cierto, a más y más visitantes, sigue en el centro de la diana.
Ahora se pide la expropiación, para entendernos, de su titularidad legal e histórica, y si acaso, una concesión a la Iglesia en régimen de uso y gestión —hagamos lo mismo con los patios—. Y aquí llega la Junta de Andalucía, magnífico ejemplo de gestión cultural con mamotretos de 27 millones de euros cerrados y sin uso, proyectos museísticos anclados en el tiempo o yacimientos como el de Medina Azahara plagados de parcelistas ilegales, buscando turistas que le den alegría e incapaces sus rectores de auparlo hacia ese olimpo de buenismo universal de la Unesco donde, todo sea dicho, merece estar esta joya del Califato omeya desde hace mucho tiempo. ¿Qué tal una plataforma para reivindicarlo...? Me apunto. Ya saben que montarla en Córdoba es más fácil que abrir un negocio, a no ser que en ésta resida el margen...
Si mal vamos ya, a peor aspiramos. Bajo este ruido digital subyace la misma e hipócrita cruzada de siempre. Qué paradojas. So pena de generar una falsa y perjudicial alarma sobre la conservación y el estatus patrimonial de la Mezquita-Catedral, que el Cabildo cumple a rajatabla con inversiones propias y apoyo y supervisión pública, y a fuerza de perseverar en el maniqueo ataque a la Iglesia con interpretaciones jurídicas laxas y excusas por doquier, acabaremos con lo poco que nos va quedando. Y con todo lo dicho, nada tiene que ver que la sigamos llamando la Mezquita.