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viernes, 14 de febrero de 2014

Verde Esperanza: No nací cofrade


Resultaría muy tentador en el Día de San Valentín escribir sobre el amor que debemos tener los cofrades entre nosotros o el que sentimos hacia nuestras imágenes devocionales. Pero si ustedes me siguen con asiduidad, sabrán que no me va lo fácil.

Habrán escuchado ustedes aquello de “yo nací cofrade” en multitud de ocasiones. Pues bueno, no es mi caso. Lo reconozco, yo no nací cofrade, y a pesar de que recibí educación católica nunca hubo tradición en mi familia en este sentido. Ni por asomo piensen que me ruboriza lo más mínimo.

Por tanto, yo me hice cofrade. Hace poco escribí sobre la chispa que me hizo sentir cofrade en plenitud. Hoy me quiero retrotraer varios años a este suceso. Como alguno de ustedes sabrá, estudio para dedicarme a la enseñanza. Ello me ha hecho ser consciente de la gran importancia que tiene la etapa de la infancia en cada individuo. Sin irme por las ramas, quiero contarles que mucho antes de tener ese encuentro con la Virgen de la Esperanza ya me atraía mucho el mundo de la Semana Santa, no me perdía ni un paso en la calle, escuchaba marchas, me encantaba hablar de Cofradías… Y buena parte de culpa (por no decir toda) la tiene un hermano, no de sangre pero sí de sentimiento, que desde la época en la que ambos estábamos en el colegio me metía el gusanillo, como coloquialmente se dice, de la Semana Santa. Me contaba cómo salía de nazareno en su Hermandad, nos encantaba colorear los típicos nazarenos que venían en una ficha en la asignatura de Religión, ya por entonces cada uno los coloreaba de un color distinto… Adivinen de qué color vestía a los nazarenos yo… Sólo tienen que mirar el nombre de mi “columna” en Gente de Paz.


Ya entrados en el instituto, el caprichoso destino quiso que nuestros caminos se separaran, aunque ello en absoluto hizo que nuestra amistad se resintiera. En plena adolescencia, a mí cada vez me gustaba más la Semana Santa, y el ya estaba bastante involucrado en sus dos Hermandades, la Amargura y la Entrada Triunfal. Comenzamos a tener nuestros “piques” cofrades, pero siempre desde el cariño. Que si esta Virgen era más bonita que aquella, que si la Semana Santa de este u otro lugar, que si esta banda vino flojita, que si este paso anda muy bien y este otro… En fin, todos esos debates que alguna vez todos hemos tenido.

Hace poco, hablando con él a raíz de haber asistido juntos a una conferencia relacionada con el mundo del costal, comentábamos el cómo habíamos cambiado los dos en lo que se refiere a nuestra forma de concebir la Semana Santa. Y es verdad. Crecimos juntos como personas, pero también lo hicimos como cofrades. Aquellos debates que más tienen que ver con lo estético que con lo esencial del cofrade pasaron a un segundo plano, aunque algunos de ellos los seguimos teniendo porque, ¿para qué les voy a mentir? Somos unos jartibles. En definitiva, crecimos juntos, y alcanzamos la madurez cofrade hombro a hombro, como si compartiéramos trabajadera bajo un paso. Esto me lleva a pensar que cada etapa de nuestra vida tiene sus características, también en lo cofrade, y que es lógico que en algún momento de nuestra vida nos interesemos por bandas, cuadrillas, marchas, devociones, pero que lo verdaderamente importante y necesario es que aprendamos a establecer prioridades y a saber qué es lo esencial de la Semana Santa. Eso, como tantas otras cosas, lo aprendimos juntos, cada uno de una manera, pero juntos al fin y al cabo. Lo que nunca cambió fue nuestra amistad.

Así que fíjense si esto de las Hermandades es grande y tiene más trasfondo que lo meramente estético que vemos por las calles, que gracias a esta bendita locura llamada Semana Santa, el destino me brindó una amistad de esas de las de toda la vida. Y que precisamente esa amistad fue la que sembró en mí la semilla cofrade. Cosas de la vida. Va por ti Agustín, va por ti hermano, sirvan estas simples palabras como forma de agradecerte que siempre hayas estado a mi lado, en las buenas y también en las malas, que es cuando los amigos de verdad están. Y, especialmente, gracias por hacerme cofrade desde que éramos pequeñitos. Bendita locura, hermano.

José Barea








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