En Semana Santa, el brillo de la música, los bordados, las canastillas doradas, las sedas y los metales oculta otras muchas realidades menos brillantes, pero más sustanciales, que brillan hacia dentro.
En la profunda crisis actual, las hermandades han tenido que intensificar la asistencia. Son frecuentes las llamadas a los hermanos para que aporten colaboración o ayuda, en dinero o en especie, destinadas a las Cáritas parroquiales o a otras instituciones. La situación económica está haciendo que haya que emplear flexibilidad y cintura para que la falta de medios no implique la ausencia de hermanos en, por ejemplo, la estación de penitencia, por lo que las papeletas de sitio, ingreso fundamental para sufragar los gastos de la salida, son eximidas en algunos casos.
Las operaciones kilo se han extendido a lo largo del año, cuando antes solían hacerse sólo en Navidad. Se pide a los costaleros que, quienes puedan, lleven alimentos no perecederos a los ensayos. Lo mismo se está haciendo en algunas convocatorias de cultos, invitando a los asistentes a hacer aportaciones con dicho fin.
Son iniciativas que van en la buena dirección de plasmar que las hermandades, ante todo, son asociaciones fraternales, en las que el culto se tiene que complementar con las obras. Afortunadamente, cada vez está calando más este criterio entre las juntas de gobierno, especialmente entre algunos grupos jóvenes, muy activos en las campañas de recogida de recursos a las puertas de los supermercados y grandes superficies.
Esto, tan actual y moderno, es, a su vez, lo más coherente con la genética original de las cofradías. Como muestra, baste un ejemplo, nos lo proporcionan las reglas antiguas de la hermandad de moda, las Angustias: «Ordenamos… que si algún cofrade nuestro viniere en extrema necesidad o estuviere enfermo… que cada cofrade hermano nuestro le dé en limosna cada sábado dos maravedís…» Esto son las reglas de 1570. Tan antiguas, como atrevidas y modernas.
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