El vacío que ha dejado la Esperanza se nota en todo el barrio. Vecinos y comerciantes cuentan los días para su regreso.
En su visita a la Basílica, Lolita Giráldez, vecina de Parras de 82 años, comenta que estos días ve al Señor de la Sentencia con «la carita muy triste». A lo que Isra, del cercano Bar Arco, da la siguiente explicación: «Normal, le falta su Madre. Está como estamos todos: tristes y con un vacío enorme. Falta una vecina, la número uno, la más querida». La vida junto a la muralla tiene otro tempo desde que el sábado partiera la Virgen de la Esperanza a la Catedral para las bodas de oro de su coronación. Su ausencia es «tan grande» que influye en el día a día del barrio. «Llena tanto. Es tan de aquí, que cuando no está, estamos al revés, como si nos faltara un familiar o el mismo aire», describe Isra.
Y eso que la casa de la Esperanza ha quedado en buenas manos: en las del Señor de la Sentencia, que como amo improvisado de la Basílica escucha las oraciones de todos los que se acercan. De los suyos y los foráneos. «¿Dónde está la Macarena?», pregunta Feli de manera vehemente a un joven sentado en los primeros bancos. Su acento, de más allá de Despeñaperros, justifica el desconocimiento. Son turistas de una excursión de Madrid que han recalado por unas horas en Sevilla. «Nos habían dicho que íbamos a ver la Macarena y no está. ¡Qué disgusto nos llevamos!», dice Feli mientras alaba las pinturas del techo del templo: «Es una iglesia muy bonita, pero tenía mucha ilusión de verla porque solo la conocía por la tele y mi amiga de Lora del Río siempre me dice que tengo que venir a verla. Prefiero ver a la Macarena que cualquier otro monumento de la ciudad», revela mientras promete convencer al guía para que les lleve a la Catedral a ver a la de San Gil.
También la buscan con ahínco los que acuden al médico y refuerzan su tratamiento con una dosis extra de Esperanza. El vacío pilla por sorpresa a Inmaculada, que acaba de salir del oncólogo: «Bueno, le dejo mis peticiones al Hijo», trata de consolarse esta onubense antes de emprender la vuelta a casa mientras la Resolana, Escoberos y Feria se debaten entre el recuerdo festivo de la partida –materializado en los exornos que languidecen– y el nuevo estatus de orfandad materna.
Emilia Caliani está en uno de los balcones de Parras. La hija de Marta Serrano, responsable de la celebérrima saeta de la coronación hace 50 años («Te fuistes por cuatro días/ y tardas siete en volver/ Madre mía Macarena/ no nos lo vuelvas a hacer») recoge con nostalgia el altar vertical que dedicó a la Esperanza en la fachada de su vivienda. Dice que medio siglo después, la historia parece repetirse, aunque con matices. «Ahora es diferente porque sabemos que va para siete días y que allí está bien guardada, pero… (se emociona) no podemos vivir tan lejos de Ella», revela mientras comparte otras impresiones con vecinas de la calle: «Niña, ¿tú te acostumbras a vernos como estamos? Sin nuestra Esperanza. Yo no. Cada vez que puedo corro a la Catedral».
Una nuevo hábito que han asumido Francisco Rodríguez Hermoso y José Rodríguez Pinillos, camareros del Señor de la Sentencia. Pese a los achaques de la edad, ambos comparten su devoción entre la Esperanza y el Señor. Por eso, estos días disfrutan viendo al Sentencia en el camarín del altar mayor: «Es una gozada. Está precioso», subrayan mientras quedan embobados ante la inusual estampa que recientemente se ha repetido con la salida extraordinaria al Olímpico para la beatificación de Madre María de la Purísima en 2010 y la última restauración de la dolorosa en 2012.
Pero aún así el barrio no termina de amoldarse. Incluso en la otra orilla de la Resolana, en las que fueron las primeras casas de extramuros. En Torrijiano, Monederos o Esperanza no dejan de mirar las fotografías de la Esperanza que presiden casas, comercios y bares. En la señera Alimentación Rafalito, María Hueso atiende tras el mostrador sin perderle cara a la Virgen que tiene frente por frente en un cuadro. «La echamos mucho de menos. Su falta se nota en el ánimo de los vecinos. Parece que vamos más lentos, sin rumbo», detalla. Sus palabras son compartidas por su esposo, Rafael García, Rafalito. A ellos y a otros tantos macarenos de estos callejones les hubiera gustado haber contado con la visita de la Esperanza en esta semana. «Pasó por aquí cuando los 25 años de la coronación y hace ocho años en la mañana del Viernes Santo. Esto también es el barrio de la Macarena», recuerdan mientras muestran una foto en blanco y negro de la cruz de guía adentrándose por la calle Monederos en 1931.
Los comercios que rodean al Arco también han notado la falta de la dolorosa. Inma González, responsable del quiosco de prensa y revistas que hay frente a la Basílica, dice que «el pasado domingo –ya sin Ella– fue como un domingo de julio», con «muy poca venta». Inma reconoce que faltan «muchos clientes», pues estos días «la mayoría se levanta, se pone la chaqueta y a la Catedral. A estar con Ella».
El ambiente ha decaído también un poco en el Bar Arco que gestiona Isra (Israel Espárrago), costalero del Señor durante 26 años. No obstante, el cabildo de armaos se mantiene, así estén algunos en la reserva como Javier Borreguero, y otros aún militen en primera fila como Sebastián del Castillo y Francisco José Carretero, El Carre. Todos insisten en que «en la Macarena vive Madre de Dios» y que «la Esperanza es la que da vida al barrio», por eso «se nota tanto el vacío que deja», añade Francisco Rodríguez, camarero del Señor que se une a la tropa. Empujan los días en la Resolana, donde por no haber estos días no se celebran ni bodas.
Recordatorio La Chicotá de Nandel: Siempre, la Esperanza