El reloj sin agujas del alma de la ciudad marcaba la hora exacta. Eran las macarena en punto.
El reloj sin agujas del alma de la ciudad marcaba la hora exacta del
delirio esperancista. Eran las Macarena en punto. En ese instante se
detuvo el universo y se hizo presente en el atrio la locura de un
pueblo. Ella se hacía presente en el dintel y aquellas dagas con forma
de notas que esculpió don Pedro en el pentagrama se clavaban en el sol
de Andalucía. El llanto, los abrazos, el recuerdo, la emoción
desbordada. Usted me entiende. La Macarena estaba en la calle.
Parras se convirtió para los asistentes a pie de calle en una lucha
por la supervivencia. Si hay que morir, que sea cerca de la Esperanza.
No podían andar los hermanos con cirios, se ahogaban los jóvenes
monaguillos, empujaban el muro los policías y el agobio agarraba por el
cuello a hermanos y devotos. Lloraba algún cirial metido en el ciclón,
le faltaba el aire a la cuadrilla y chillaba un padre porque aplastaba
la marea a su pequeño. No cabía un alfiler y delante del paso de la
Madre los capataces apenas lograban volverse al palio para mandar si
acaso que sus hombres ganaran algún centímetro siempre de frente. Una
gloria caótica. El cielo metido en el infierno. La Macarena en la calle
Parras. Pétalos en una olla a presión.
El tiempo empezaba su agonía. El horario presentó su dimisión y en la
calle Feria se hizo evidente que la Catedral de Sevilla tendría que
esperar a la Reina hasta bien entrado el día 26. Muchos ciudadanos se
cansarían de esperar apostados por las primeras filas ganadas bien
temprano y terminarían desistiendo. Se marchaban a casa. El retraso fue
engordando, engullendo revirás y visitas, vueltas y saludos. Estalló el
cristal de todos los relojes de Sevilla. Las agujas devolvieron la
papeleta de sitio.
Omnium Sanctorum, Monte-Sión, San Juan de la Palma, las Hermanas de
la Cruz, la Anunciación, el Ayuntamiento. Eran muchas las etapas de un
tránsito histórico, mucho el amor pendiente de devolución en el fondo y
en la forma. Y, claro, el caudal se escapó de las manos, fracturó en
miles de pedazos el esquema horario y machacó cualquier previsión
razonable. La noche se hizo trizas y el sueño de muchos sevillanos,
disgustados ahora, también.
Cuando el paso de palio con más suerte del mundo entró en la Catedral
de Sevilla era la una y media de la madrugada del día 26 de Mayo. La
Virgen había llegado tres horas más tarde y se retiraba a cambiarse para
el Besamanos en ese momento temido por priostes y vestidores. Los
tiempos para todo se acortaban y habría que correr más que nunca durante
la madrugada. La ciudad esperaba ya el amanecer para besar las manos
que acunaron a Dios. Ese mismo día, a las nueve de la mañana, los
devotos rodeaban las piedras santas de la madre de las iglesias y
empezaban a mojar el suelo de la Parroquia del Sagrario con lágrimas y
temores, con emoción. Todo estaba cumplido.
Atendiendo al concepto de tiempo como magnitud física para contar
distancias entre acontecimientos, el debate –y la crítica– estaba en la
calle. El disgusto, en muchos casos, de devotos que aguardaron y de
hermanos que desfilaron, se hacía patente. Arrancaba esa otra cara de la
moneda, tan sevillana. El debate. ¿Fue excesivo el retraso de la
Macarena? ¿Es de recibo que sucediera así? ¿Hay que adoptar alguna
medida? ¿Qué hubiera acontecido si es otra hermandad la que se pasea por
Sevilla con tres horas de retraso? Y justo en frente, quienes
preguntan, ¿es tan grave en un día tan notable? ¿De verdad es el horario
lo que más importa? ¿Por qué afecta tanto la forma si lo más importante
es el fondo?
Y sucede entonces que nos pasamos más tiempo debatiendo que pensando
en Ella. La Hermandad Macarena ya había demostrado en la madrugá su
capacidad para el esfuerzo. ¿Por qué se le exige entonces que en un día
tan grande se aproxime al cumplimiento de un horario? Hubo exceso en el
tiempo de permanencia en la calle, es verdad, pero da repeluco hasta
escribirlo. ¿Exceso? Estamos hablando de la Esperanza Macarena. Deseada,
querida, soñada, esperada, abrazada, incluso aplastada en algunos
puntos del recorrido. Amada siempre, necesaria siempre.
En cualquier caso, no puede ser el tiempo lo más importante. El
debate sobre lo acontecido no debería llegar más allá de la línea normal
de la información, no puede convertirse en referente único de una
tarde-noche que ha pasado a la historia. ¿El tiempo? Lo que tardó la
Macarena en llegar a la Catedral forma parte más de la anécdota. Son las
hojas del rábano, la costumbre de aferrarnos a lo superfluo.
Ha sido la Macarena la que ha pisado Sevilla, y su alquitrán y su
historia, incluso la sal de Sanlúcar –por cierto, nunca la sal supo tan
dulce– para deleite de una ciudad a la que le cambió hasta la hora en el
reloj. Que cese ya la crítica y la duda, que pase al cajón del olvido
ese número de horas que tardó la Esperanza en llegar a la Catedral.
Midamos ahora el tiempo que tarda en llegar a nuestros corazones. ¿De
verdad estamos hablando de la Esperanza Macarena? ¿Por qué aguantamos
dos horas y media de cola con el sueño de besarle la mano si ayer no
aguantábamos ese tiempo para verle la cara en su palio?
El sábado salió, y llegó tarde, la Macarena. Pero ese retraso se
queda en el corto espacio del matemático, en el terreno frío de la
lógica, en la barra del bar y en el pensamiento constreñido del purismo,
a veces radical y otras, a interés, no tanto.
Empecemos a disfrutar de Ella y de sus bodas de oro. Acerquemos el
pensamiento a sus manos y no a la muñeca del Diputado responsable del
reloj, que estamos hablando de la Macarena.
El sábado regresa a casa. Lo hará otra vez al ritmo que indique la
devoción mariana de su pueblo. No le pongamos tantas pegas al horario.
En la ida se ha cometido un exceso, cierto, pero no estamos hablando de
un partido de fútbol, y nadie se queja de las prórrogas y los penaltis.
Démosle al retraso su lugar informativo y su toque de atención sin
elevar a categoría de titular un error que no puede robar actualidad a
la mirada que marca de verdad el horario de nuestras vidas.
Si camina deprisa porque camina deprisa. Si camina despacio porque
camina despacio. En el punto medio está la virtud. Démosle a la
hermandad ese beneficio, esa confianza que se ha ganado con el paso de
los años poniendo en la calle una cofradía extraordinaria en todos los
sentidos y una Virgen que soporta en su pecho todas nuestras miserias.
No pudo estar en la voluntad de los responsables el daño que se hizo a
quienes esperaron hasta el punto de tener que marcharse sin verla.
Miremos el reloj solo de reojo y clavemos la mirada en Ella, recordemos a
la Junta de Gobierno que algo así no debe repetirse y comprendamos que
era casi imposible controlar tanta emoción y tanta deuda con la historia
macarena de su tierra.
Hagamos caso a Roberto Cantoral: «Reloj, no marques las horas porque
voy a enloquecer, ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez».
Y entonces sí que será tarde, muy tarde. Habremos perdido el tiempo
discutiendo mientras celebraba sus bodas de oro la Esperanza Macarena. Y
Ella nunca tuvo reloj para aguantar nuestras miserias.