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miércoles, 7 de mayo de 2014

Pauta musical: "El Dulce Nombre" de Farfán



La historia de Farfán es la de un músico de espíritu inquieto, inconformista, contestatario y reforzado con seguridad por un carácter fuerte que no dejaría indiferente a nadie. Ya en su primera época de creación musical, finales del XIX, avisaba de su talento, entonces en progresión y pendiente de explotar treinta años después, sobre los años veinte del siglo XX.

A él se le atribuye, con justicia, la innovación en la marcha procesional. Fue el verdadero revolucionador de un género que se había afianzado ya a esas alturas, primer tercio del siglo XX, con composiciones de carácter sobrio, grave, sin olvidar algunos ejemplos puntuales de marchas alegres con cierto aire rítmico, especialmente en hermandades de gloria.

Pero él llevaba en su ADN el gen innovador. A cada marcha que escribiera, tenía que sacar a relucir su espíritu avanzado y su mente abierta con gran visión de futuro. Concebir hoy día en el contexto de la Semana Santa un acompañamiento musical con marchas alegres, con cornetas y tambores, de aire jovial y extrovertido, brillante y triunfal, es fácil. Nadie duda de ello. Nadie entiende la Semana Santa sin ese contrapunto musical tan propio.

Pero en los años veinte el escenario era bien distinto. Mientras que los repertorios se hacían con marchas como “Amarguras” o “Soleá dame la Mano”, aparece Farfán y su bohemia, para dar lugar a una serie de obras completamente distintas, inusuales, inéditas en sus expresiones. Todo se concentró en apenas dos años: 1924 y 1925. El bienio clave, como se ha convenido en llamar. Dos años sustanciales para entender el legado musical de Farfán y sus consecuencias. En 1924 nace “Pasan los Campanilleros”; y en 1925 una trilogía de primer nivel, por si fuera poco: “La Estrella Sublime”, “La Esperanza de Triana” y “El Dulce Nombre”, la que nos ocupa.

Farfán era un visionario. Si en aquel primer tercio la Semana Santa experimentaba una redefinición de los modelos artísticos (bordados, pasos de misterio, palios, imaginería…) la música no iba a ser menos y tenía que someterse a aquella metamorfosis. Para ello, qué mejor manera que dotar a la celebración de una música letífica. ¿Por qué no? Exteriorizar ese sentimiento profundamente popular que lleva a gala la Semana Santa. Por eso Farfán anda sobre los cimientos de aquel movimiento regionalista que queda perfectamente reflejado en sus marchas, como “El Dulce Nombre”.

“El Dulce Nombre”, dedicada a la Virgen del Dulce Nombre de Sevilla, es el ejemplo de marcha airosa y rítmica, sin necesidad de dotarse de acompañamiento de cornetas. Mientras algunos hoy se atribuyen el mérito de haber hecho marchas de marcado acento rítmico, y sin cornetas, como Abel Moreno, conviene recordar que muchas décadas atrás, Manuel López Farfán ya había transitado aquella senda y además, con mayor talento.

En ella su autor emplea a fondo los recursos rítmicos y de percusión de la banda para imitar el movimiento de un palio, amén de elegir un instrumento tan exógeno a la formación como eran las ocarinas durante un pasaje y por supuesto el ya probado coro, usado en predecesoras (caso de Pasan los Campanilleros).

Esta marcha lleva el sello vanguardista desde el primer compás hasta el último. Nada en ella es convencional. Todo distinto, en diseño y en melodía, con apuntes exóticos, como las ocarinas, que están previstas en la partitura, obviamente, pero no son óbice para que la marcha pueda tocarse por la plantilla normal de una banda de música sin necesidad de participación de este instrumento.

Su introducción es brillante y valiente. La melodía recorre una línea rítmica realmente curiosa y rara, pudiéndose advertir ya el roce de las baquetas con aro, en clara simulación del sonido que produce bambalinas con los varales del palio. La introducción ya inserta la tonalidad mi bemol mayor, extraña para el género de la marcha, dotando a la composición de unas armonías inusuales, nada convencionales, con colores muy especiales.

La exposición del tema, en mi bemol menor, se hace sobre una melodía de clarinetes serena y característica. Las frases se repiten en piano y fuerte. cuando en su desarrollo vuelven a intervenir las baquetas sobre aro, haciendo acto de presencia las llamativas ocarinas que hacen un singular efecto musical. Tras el pasaje con ocarinas, irrumpe la banda en fortísimo y se retoma nuevamente el tema principal con mayor adorno instrumental.

En el trío, en mi bemol mayor, aparece la parte coral, a cargo de tenor y coro, que reproducen la melodía principal sobre una letra donde se hace alusión a la Virgen del Dulce Nombre. Un pasaje intermedio, en do menor, conduce a la reexposición de la misma frase de tenor y coro, pero en fuerte, llevando directamente la composición hasta su final.

La marcha ha vivido el destierro y el olvido durante muchas décadas. Desde 1943 parecía estar prohibida por la cofradía por la algarabía que se producía al tocarse en la calle. Fue a principios de este siglo, hace más o menos diez años cuando se recuperó, llevándose a disco en varias ocasiones y difundiéndose en adecuadas circunstancias para todo el público. Las bandas de Santa Ana de Dos Hermanas, Municipal de San Fernando y Municipal de Sevilla son quienes la han registrado en disco. En concreto merece la pena destacar la versión de la Municipal de Sevilla, en su disco “Esta es la historia” publicado en el 2005, incluyendo ocarinas, tenor y coro y recuperando algunos compases que habían sido eliminados. Importante fue el concierto que ofreció esta formación en la Catedral de Sevilla con motivo de la presentación del disco, donde la marcha pudo exhibirse en su máxima plenitud, como obra interesantísima que es.

Farfán a la enésima potencia. Un autor, un compositor, que se permitió distintos caprichos, porque quería renovar el lenguaje musical de la marcha procesional y lo consiguió. “El Dulce Nombre” es una muestra de ello.

Mateo Olaya Marín










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