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domingo, 8 de junio de 2014

Candelabro de cola: Los momentos que perviven


No han transcurrido ni dos meses desde que pusiésemos punto y final a la última Semana Santa y, sin embargo, algunos ya esperamos con ansia la llegada de una nueva Cuaresma, fantástico prólogo de los días en que la ciudad se pone más bella aún, si cabe, de lo que realmente es. Esos siete días en que Córdoba es el escenario perfecto de la Jerusalén donde Jesús crucificado nos redimió de nuestros pecados y, cuando uno contempla el caminar pausado de las Penas de Santiago por las calles de su barrio, puede sentir que los sagrados componentes del Calvario de Antonio del Castillo se hacen presentes, reales ante el espectador. Este es, ineludiblemente, uno de esos instantes mágicos que uno guarda como oro en paño Semana Santa tras Semana Santa.


El Domingo de Ramos deja para quien escribe estas letras otro instante especial: el tránsito del palio de María Santísima de la Candelaria de la calle de la Feria hasta el antiguo convento franciscano donde radica la Hermandad de la Oración en el Huerto. Marchas clásicas y un magnífico andar hasta ganar el arco del compás. Una nueva chicotá deja a María, escoltada por los cuatro ángeles de las esquinas de este palio que, cuando se culmine, será una auténtica barbaridad –aunque quizá ya lo sea- de las muchas que atesora nuestra ciudad, detenida a las puertas del templo. Y entonces todos los allí presentes dirigen sus últimas oraciones, sus últimas peticiones, ruegos y promesas esperando que la Candelaria no se despida tan pronto de ellos. Una vez dentro de la parroquia, el pueblo observa el caminar constante, ya en silencio, hacia el altar mayor de la Dolorosa que parece ir a consolar a su hijo flagelado Amarrado a la columna.

Nuestra memoria nos lleva al recuerdo de la calle San Juan de la Cruz dando la bienvenida al cortejo de hábitos mercedarios compuesto por dos filas de nazarenos impecablemente ordenadas precediendo a Jesús Humilde Coronado de Espinas en su soberbio canasto dorado. Se pierde el paso de la Coronación con los penachos de los romanos que participan en la tortura del Rey de Reyes movidos sutilmente por el viento entre las calles del Zumbacón, dando paso a la belleza de la Virgen de la Merced, que se adueña con su sola mirada del barrio que nunca la abandona. La candelería bastante consumida permite contemplar mejor la talla de Buiza. Entonces… ¡toque de llamador y palio que se eleva al cielo! La imagen de las cadenas bordadas en  las bambalinas volando en la levantá nos recuerda que, encomendándonos a Ti, Madre, no hay carga alguna en la vida que no podamos llevar.

Cruz de guía de espejos. Calle estrecha. Silencio. Silencio a pesar de rumores de cornetas en la Almagra. La calle del Poyo y la Plaza de San Pedro tienen ya ante sí al imponente Crucificado llegado de la Magdalena. El Santísimo Cristo de la Misericordia protagoniza un momento espiritual, como cada año, en su barrio. El Crucificado estará en apenas tres minutos frente a su Basílica, en unas maniobras milimetradas, sutiles y perfectas. Tres minutos en los que los que tienen la suerte de estar allí presentes sienten tocar el cielo. La ovación será cerrada para el cuerpo de capataces y costaleros que tienen la certeza de haber consumado, otro año más, un nuevo prodigio.

En la jornada del Viernes Santo todas las Cofradías hacen Estación de Penitencia en la Catedral. Esto nos permite observar el palio negro, de cajón, bordado por las Madres Filipenses llegar hasta la Plaza de la Agrupación de Cofradías después de tres años de ausencia. Bajo él, Nuestra Señora del Rosario en Sus Misterios Dolorosos. Refulge en su paso la Joya Coronada de San Pablo. Se anuncia la marcha y pronto empiezan a sonar los primeros acordes de Ione, la marcha con la que la primera Dolorosa de Álvarez Duarte en llegar a la ciudad califal suele iniciar su paso por Conde y Luque. Éxtasis en las calles al paso de Expiración.

El último recuerdo que indeleble permanece en la mente sirve para poner brillante cierre a la Semana Santa. Como no podía ser de otro modo, lo protagoniza la Dolorosa de Santiago que, de facto, debería ser la imagen que cerrase nuestra Semana Mayor (y que, inexplicablemente, no lo es). Debilidad de quien escribe, su rostro compungido bañado en lágrimas ante el madero desnudo, parece atestiguar las últimas palabras de Cristo en la Cruz: Consummatum est. Difícil contemplar mejor estampa que ver a la Soledad pasar junto a la plaza del Potro buscando Santiago para poner un necesario punto final a las Cofradías en las calles. Hasta el año que viene. Mientras tanto buscaremos cobijo en estos momentos que perviven.


Marcos Fernán Caballero










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