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viernes, 29 de agosto de 2014

La Firma invitada: Julio Vera, alfarero de la corneta


Hay autores que sostienen que etimológicamente el hermoso nombre de Triana viene de Atrayana (allende del río). Otros aseguran que la palabra Triana nos llega del Tri romano, que significa tres y Ana, que era río. Y es que el río se dividía en tres partes. De ahí podría llegarnos el nombre de Triana para el barrio peculiar que hoy queremos y conocemos.

Otros investigadores, sin embargo, hablan de la relación etimológica con una colonia romana fundada por Trajano, el emperador nacido en Itálica, y de ahí (de Trajana) vendría el nombre de Triana. Por último, la teoría genuina del propio barrio, la voz del pueblo, que asegura que Triana «se llama Triana porque le da la gana llamarse así».

Sea como fuere, el barrio peculiar de la ciudad única que arranca a estas horas su tradicional Velá, esos días señalaítos, se vuelve a mostrar ante el mundo con sus galas, las más hermosas y las más mundanas. Así ha sido siempre.

Triana no sabe pintarse la cara, pero sí lavársela, con agua clara y abundante jabón, por supuesto natural. Triana es Triana para lo bueno y para lo malo. Es personal, íntima. Muy suya, sí, y muy pura. Aquí se vende la ojana a espuertas –yo diría que se regala– pero también se practican las mayores caridades diarias sin que el mundo se entere que aún hoy se guisa para quien tiene mucho hueco en la despensa, se plancha para quien tiene dolor en las manos y se limpia para quien no puede sostener la presión de la fregona contra el cubo en el momento de escurrir las aguas y los miedos del desempleo y la incertidumbre.

Aquí se practican aún los remedios de los barrios auténticos. El hoy por ti, mañana por mí. Así es Triana. Así lo heredaron los trianeros que esta noche se ponen de fiesta, de luces y cucañas, de avellanas verdes y adobo. De cerveza fría a la orilla del río. De sevillanas y otros cantes de mayor calado. De torería y de Esperanza.

Y así, porque quiso la Esperanza, vino al mundo a mediados de los años 60 un niño llamado a evangelizar a otros jóvenes y a convencer, con el sonido de una corneta y un comportamiento de responsabilidad adulta en el cuerpo de un muchacho, a otros jóvenes de la zona. Julio Vera vino a ser el flautista de Hamelín del barrio. Con el paso del tiempo y con su corneta fue convenciendo y atrayendo. Numerosos chavales fueron siguiendo sus pasos y dejando atrás otras actividades callejeras que no estaban encaminadas precisamente a un futuro reglado. Muy pronto logró hacerse con las riendas de un hermoso proyecto que se llama Banda de Cornetas y Tambores del Santísimo Cristo de las Tres Caídas y que está a punto de cumplir 35 años. Uno detrás del otro. Detrás de esta historia hay tantas luces y tanta obra social y musical que puede decirse que Julio Vera ha sido inspirador, constructor y mantenedor de numerosos episodios humanos en el barrio que hoy –todos juntos– explican la existencia de un estilo musical, una forma de interpretar el sonido de las cornetas y también la permanencia de un modo de ver y entender la vida.

Se tenía que llamar Julio porque en ese mes es la Velá de Triana y se tenía que llamar Vera, porque en Triana cuando algo está a tu lado, muy cerca de ti, se dice a tu vera. Julio ama a Triana como la aman los trianeros: sin complejos, llenando la boca siempre que pronuncia el nombre del barrio. Sí, no solo llena los pulmones con la facilidad que le dio su Virgen morena. También se le llena la boca cuando dice la palabra Triana. Son cosas del corazón.

Julio Vera también es alfarero, porque ha hecho alfarería con una corneta en los labios. Es hombre que viste de blanco marinero la noche, que explica sus sueños cuando la orilla del pentagrama tiene silueta de río. Ha sido y es banderín de enganche de la música y de la Hermandad de la Esperanza de Triana.

Cuando se habla del barrio más allá de las fronteras sevillanas se pronuncia Triana para hablar de patios y casas de vecinos, de cavas, de Mensaque, de Mínimas y de Betis. De toreo, de cante grande, de historia y de río. Pero también se habla de Julio Vera cuando se dice la palabra Triana. Es, pues, embajador del reino del flamenco, la torería y del arte. Hay quien sostiene que Julio Vera es el sucesor del brigada Rafael. Y Julio, sin saberlo, ha evangelizado y aún hoy lo hace –con su grupo de músicos– a tantas personas que seguramente se nos escapa de las manos. Ha sabido contarle al mundo cómo cae tres veces el Señor camino del Calvario, un camino que atravesado por un puente, conduce siempre al dolor de María. El dolor de María en la calle Pureza se llama Esperanza.

Hoy paseo por el barrio de los azulejos y las epidemias, de los cantes, los patios y las buganvillas. Esta tarde he vuelto a atravesar el puente que idearon los franceses Steinacher y Bernadet a mediados del siglo XIX. Y mi corazón se ha detenido en el recuerdo de un Julio Vera que acaba de dejarse barba, que presenta un aspecto ya respetable con el paso de los 35 años que tiene su banda. Sí, hoy entro en el barrio por el Altozano, porque vengo de Sevilla y me santiguo en la capilla del Carmen, y acabo de pensar en un hombre que dedica su vida a enaltecer y defender Triana.

Hoy siento que Julio Vera evangeliza con una corneta, porque arrastra y convence. Porque nos acerca al Señor y a su Madre. Me pregunto cuántas personas se habrán emocionado mirando al Señor que cae en Triana mientras Julio y su gente hace sonar la gloria de Sevilla. Yo soy uno de ellos, un enganchado a la fe mirando a Dios –según Triana– mientras los marineros de la calle Pureza se dejan las manos y los labios en la travesía de la madrugá más intensa.

Estoy entrando en el barrio que explica mi infancia y mi forma de sonreírle al mundo. Yo sé que empieza la Velá, que esta noche Triana le muestra al universo esa cara amable que convive con el rostro corriente de cierta desesperanza.

Siempre ha sido así. A Triana nadie le regaló nada. Y a la banda del Santísimo Cristo de las Tres Caídas tampoco. Todo ha sucedido a golpe de esfuerzo, de sudor y yugo, de lucha y trabajo, como siempre. Todo ha sido ganado a pulso, con dificultad, como se llega al extremo de la cucaña, resbalando muchas veces. Pero ha merecido la pena tanta lucha. La banda cumple treinta y cinco años de vida. Y ha sido modelada por un alfarero de la corneta que se llama Julio, como el mes de la Velá.












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