Y alguien pensó que los jóvenes debían tener su propio grupo joven en la hermandad, estandarte propio e incluso un pregón en el que un joven llamara a la devoción a sus compañeros de promoción. Alguien pensó que así se animaría a los más jóvenes a seguir con la tradición de sus mayores, asegurándonos de esta manera la supervivencia de la fiesta. Sin embargo ese alguien no se acordó, entre tanto recuerdo, de que estaba en Córdoba.
Tal vez alguien no pasara nunca por su casa hermandad los días previos a la Semana Santa para comprobar que son precisamente los jóvenes los que mantienen limpia de cera la candelería de su titular, brillantes los escudos de las varas o montado el altar de insignias.
Tal vez alguien no se haya parado a mirar a los ojos a los hermanos mayores de nuestras cofradías para comprobar que en un buen porcentaje, las canas aún no sobresalen sobre la laca o la gomina. Ni para caer en la cuenta de que los que se pasan las mañanas de los sábados a la puerta de Mercadona para recoger alimentos para los más necesitados son los compañeros de clase de los que a esa misma hora están sentados haciendo fuertes sus pulgares con sus smartphones. Son los imberbes los que organizan las operaciones "kilo", los que montan y desmontan cultos, los que organizan turnos de caseta y cruz de mayo los fines de semana para no faltar a la universidad o instituto, dejando para otro año los botellones y las salidas con los compañeros de clase.
Alguien no se acordó de que son precisamente ellos los que ensayan de madrugada cada Cuaresma sacrificando a sus novias, para mayor Gloria de Dios durante la Estación de Penitencia. Alguien no se acordó de preguntarles el motivo de los tirantes en lugar de la camiseta de manga corta que se clava en el cuello. Alguien se olvidó de mirar hacia el paso cuando los vio pasar hacia el punto de relevo, entreteniéndose en el color de su costal o la caída de sus pantalones y desaprovechando la ocasión para rezar ante la imagen que tanto besa cuando la ve en la pequeña fotografía que porta en su cartera.
Alguien no recordó que bajo los cubrerrostros de la Presidencia de cualquier hermandad la mayoría de los cofrades aún pueden portar las varas con la firmeza que su juventud les permite, y que escoltando a los pasos, los que se abrazan a las maniguetas no recuerdan el momento en el que se estrenó el paso o se bendijo la imagen titular; sencillamente porque no habían nacido.
Y es que entre tantos recuerdos, alguien se olvidó de que el pregón que falta en Córdoba es el de las canas. Nadie propuso alentar a los mayores a seguir el ejemplo de sus menores para continuar vistiendo la túnica de su hermandad después de ser costalero, después de casarse o de tener hijos. Nadie recordó que en el ejemplo de nuestros mayores se construye la fe de nuestros menores, habiendo dejado entre todos a la ciudad huérfana de experiencia y veteranía.
Alguien no se acordó de que estaba en Córdoba y que los veteranos que muestran las fotografías anteriores son muestra de una generación a punto de extinguirse; y tal vez por ello quiso cuidar a los jóvenes, sin darse cuenta de que los jóvenes ya son el presente de una Semana Santa que achaca a Trevilla sus males, pero que éstos se encuentran en la desidia cordobesa.
Gracias a todos los veteranos que se empeñan en demostrarnos que la Semana Santa no es cosa de niños; y a todos los niños que le han dado la importancia que sus mayores no supieron.