A veces, uno mira a su alrededor y se pregunta cómo podemos creernos nuestras propias mentiras sin ningún tipo de empacho. Creemos en cofradías y en Córdoba, que jugamos en la Champions y con plaza directa y, quizá, algún iluminado, creerá que hasta la ganaremos algún día.
Y es que para hablar hay que saber, para saber leer y, acto seguido, viajar y observar lo leído. No sólo con el AVE destino Santa Justa, sino a más sitios donde nos golean sin remisión y, siguiendo con el símil futbolístico, jugamos sin portero. Pero el cordobés, amén de autodestructivo, es exagerado y la mayor parte de las veces bastante ignorante. No todos, pero sí un número insoportable.
Miremos a nuestro alrededor. Detengamos nuestra visión en un primer punto impactante: el nivel de nuestros dirigentes. Bajo, ramplón, del montoncito de los normalitos que decía un querido profesor. Ejemplos hay miles. Basta con leer cartas dirigidas a los hermanos que son un alegato contra ortografía, sintaxis y gramática. Recuerdo un comunicado en apoyo a la titularidad de la Catedral que, de haberle quitado el membrete de la institución que lo emitía, cualquier profesor de lengua lo hubiera valorado con un hermoso suspenso. No es la forma sino el detalle de cómo se hacen las cosas.
Detalles que vemos en imágenes sobrecogedoras en su belleza y plasticidad que, en el mejor de los casos van portadas por pasos que, indignos, es el adjetivo más suave que se le ocurre a un servidor. O vestidas de forma insalubre porque no es de recibo acudir a rezar devotamente a una imagen de candelero y al verla lo primero que pienses sea que hasta tú, que no tienes ni idea del arte de vestir Dolorosas, lo harías mejor.
Otro detalle que nos hace estar muy lejos de la Champions (en segunda división, por ejemplo) es el asunto del nazareno. Quizá, si la sinécdoque friki del maestro Burgos llegase a esta orilla del río, el Capitán Nazareno podría librarnos de esta crisis galopante. Qué le vas a pedir al joven, si el viejo es el primero que ve una túnica y parece que se le ha aparecido el diablo en la peor de las maneras (si es que hay alguna buena). En el mejor de los casos, si hay vara de por medio -aunque sea cubierto- la coge. Porque la vara es como el bastón de mando del político y el anillo que portó Frodo, un tesoro.
No hablaré de capataces que tanto se les castiga. Ni siquiera de quienes solo saben decir eso de derecha alante. Ni de los músicos que se creen Händel y tocan en una banda que no irá como invitada al Royal Hall. Ni de mandatarios que creen que el puesto les fue concedido a perpetuidad o por gracia divina y se lo creen por la corte de adláteres que los jalean de viva voz o por escrito como palmeros chuscos de los Chunguitos. Ni de procesos electorales más opacos que los cristales tintados de un coche oficial. Ni de los silencios (aunque se hablará pronto) estudiados cuando la cuestión incide en temas morales escabrosos que la sociedad no comparte y que, aunque en privado somos correligionarios, en público mejor callar si no me obligan a hacerlo.
Aun con todo, lo mejor es creer en nuestras propias mentiras. Creernos la quinta esencia y ponernos a la altura de quien no estamos. Vivir en nuestra propia ficción tan cordobesa, tan localista y tan de acera.
Blas Jesús Muñoz
Inciso: Al redactar la frase "Detalles que vemos en imágenes sobrecogedoras en su belleza y plasticidad que, en el mejor de los casos van portadas por pasos que, indignos, es el adjetivo más suave que se le ocurre a un servidor", No se está haciendo referencia al paso que se dispuso para la salida procesional de la Virgen de la Fuensanta.
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