Este artículo es un pequeño homenaje a todas aquellas mujeres que han concebido un cofrade en su vida, han planchado con sus manos túnicas, se han quedado solas en casa cuando sus maridos, padres o hijos estaban de reunión de la hermandad o ensayo de la banda, han ido a los ensayos de la cuadrilla para llevarles agua, ropa o comida… A todas ellas van dedicadas estas letras, porque aunque estén en un segundo plano, gracias a su ayuda, gracias a ellas, también es posible la Semana Santa.
En la mayoría de las ocasiones, casi siempre que se habla de la Semana Grande, aparecen nombres de hombres que son o han sido influyentes a lo largo de la historia cofrade; pero ya es hora de que la mujer vaya adquiriendo la importancia que se merece tener, relegando mantillas y peinetas.
Se me viene a la mente los preparativos en mi casa de un Viernes Santo, y tanto mi abuela, mi madre o mi tía se tiran las horas y los días preocupándose por tenerlo todo a punto para que el resto de la familia disfrute plenamente de la devoción tan inmensa que nos invade en esos momentos.
Son muchos los pequeños que por primera vez van a hacer estación de penitencia con su túnica nueva, esa túnica que hizo la abuela. O muchos los que quieren tocar el tambor como su padre y la madre le proporciona al niño unos palillos de la caja de zapatos y caja de detergente vacío. O muchos los bebés que hacen izquierdos por el pasillo con una papelera de plástico en la cabeza que les ponían sus hermanas. Y todos estos niños algún día crecerán y se convertirán en hombres cofrades, algunos serán Hermano Mayor de su cofradía, otros serán costaleros y otros formarán parte de una bonita banda musical.
Y que nadie se piense que esto dura una semana al año, las mujeres están ocupadas con los hombres de sus casas, grandes y pequeños, durante todo el año. Así que a todas ellas les digo que con paciencia y con mucho gusto se va siempre de frente. Va por vosotras.
Estela García Núñez