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viernes, 3 de abril de 2015

La Crónica: Madrugada del reencuentro


Blas Jesús Muñoz. Hay ocasiones en que la mente solo es un receptor del alma y se limita a recibir lo que está sintiendo. Todo comenzó cuando me encontré la noche del Jueves Santo con la Virgen de la Victoria, de vuelta a Triana. Ella siempre se ha aparecido como el inicio del camino, el preludio de lo que me espera y créanme si les digo que siempre lleva consigo su augurio certero.


Y así comenzó esta crónica, que ya en el coche me hizo pensar en Marcos y en la necesidad de contarle algún día tantas cosas vividas en este mundo de caminantes. Camino que me condujo, en el Almirantazgo, ante la impresionante composición de la Quinta Angustia. Para, poco más tarde, postrarme en Placentines ante el Señor de Pasión.

Es un impacto sideral, cuando los cuatro siglos de la talla de Montañés cobra, en la calle, toda su dimensión nazarena. Para ello fue creado, para evangelizar a quien, desde el suelo, lo contempla con el alma abierta y herida a su paso. Herida que cerró su palio entre los acordes de Mater Mea. Herida que se abre y se cierra, antes de la madrugada, al paso de la Virgen del Valle camino de la Anunciación.

Y el camino, errante y decidido, llevó mis pasos a San Gil. Siempre Estrella de la Mañana, hasta el punto exacto de la Madrugá que me sorprendió en la Resolana, donde nunca creí que la vería. Todo se deshizo ante Ella. Recordé los latidos en la distancia que alguien me recordó minutos antes. Y, de improviso, las preocupaciones que uno siempre lleva en su carga personal desaparecieron. Todo cobró una alegría renovada, ante esa mirada que promete cosas que nadie sabe, si no está ante la Esperanza. Porque entrega precisamente lo que su nombre anuncia. Y, con el paso nunca tan firme, ya iba aun más decidido en busca de quien me estaba esperando.

Desde la Puerta de Palos hasta el Postigo, su camino se hizo mío. Su perfil de hombre nunca fue tan frágil, su mirada de Dios nunca tan inexplicable. Ante Jesús del Gran Poder, sabes que el camino es compartido, que nunca podrás ser Cirineo porque el peso de su Cruz es demasiado fuerte, pero nunca tanto como Él. La vida se recorre en unos minutos en que la piel ya no es tu piel y la ciudad podría ser cualquiera en la eternidad que asegura su mirada. Estás ante Dios encarnado y, ese misterio, ese presente que se repite cada inicio de Viernes Santo es siempre diferente y te asola como un viento de salvación.

De vuelta, intentaba trazar una línea argumental para contarles esta pequeña historia. No la hay. tal vez, solo un sentimiento que comprendí cuando me despedía de Alfonso y subía a casa. Acababa de estar en presencia de Dios.













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