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viernes, 3 de abril de 2015

La Firma Invitada: Crónica de mi Jueves Santo


Los recuerdos aparecen como imágenes deshilachadas escapadas de la iconografía expresionista de Edvard Munch. El paso del tiempo, de forma inexorable, desdibuja los rostros, las vivencias, los colores, los olores, las emociones, los momentos que nunca podremos compartir: Aquella primera estación de penitencia vistiendo el hábito penitencial de mi hermandad de la madurez. El orgullo que me produjo el aletear de mi capa de blanco impoluto por las calles que, pasando el tiempo, serían el hogar de los hermanos de la Cena. Cómo llovía aquella tarde de claroscuros infinitos, de negros nubarrones y crueles aguaceros compartiendo con ráfagas del más límpido arcoíris.

Aquella tarde, única, luminosa, propia de un Jueves Santo como Dios manda con la que abríamos siglo y milenio, en la que nuestra estación de penitencia tuvo su alfa y su omega en la Santa Iglesia Catedral. Aquel gentío congregado en el Patio de los Naranjos esperando nuestra presencia. Cómo llamaba Poniente cuando, al final de la calle Lope de Hoces, embocamos hacia la Catedral más multicultural de la historia y que ahora todo el mundo reclama como propia, cuando ya es de todos porque es católica (universal para las víctimas de la LOCSE). 

Un año más tarde, la tarde se presentaba en las antípodas de aquella primera estación de penitencia de la nueva centuria. Y a pesar de la amenaza cierta de la tan temida lluvia, nuestra Cruz de Guía trazaba, de forma indeleble, un nuevo itinerario en la geografía cofrade de la Córdoba universal: por primera vez en nuestra bimilenaria historia, una cofradía atravesaba la geometría ortogonal de Poniente y Ciudad Jardín, para adentrarse en los vericuetos que, un día ya muy lejano, acogieron el caminar, unas veces sereno otras azorado de personajes del calibre de Góngora, Pérez de Oliva, Fernández de Córdoba, los Reyes Católicos y hasta el mismísimo Julio César.

Ya queda lejos aquella primera suspensión de la estación de penitencia… en la calle, lo que no impidió que la realizáramos en la intimidad de nuestra parroquia, ante el Titular de los titulares: Jesús Sacramentado. Inenarrable el momento en el que doce hermanos, vistiendo el hábito corporativo, presididos por nuestro Consiliario, atravesábamos el cancel de la parroquia de San Juan y Todos los Santos, Trinidad, nuestra primera y por siempre casa, para realizar estación de penitencia ante el Monumento erigido en honor y gloria del Cristo vivo presente en la Custodia.

Pasando el tiempo llegó el momento de asumir la responsabilidad de organizar nuestra estación de penitencia. Gracias al bagaje adquirido y a los buenos maestros que tuve la suerte de encontrar en mi camino, comenzó una nueva etapa. El primer año fue de aprendizaje, duro sin duda. Luego, tras la reflexión serena y la charla sosegada, llegó el momento de definir  un modo de andar, una forma de estar en la calle, un sello de identidad que, poco a poco, paso a paso, chicotá a chicotá, va haciendo que la hermandad de la Cena vaya adquiriendo carta de naturaleza en la Semana Santa cordobesa. Ahora el futuro, como un poliedro de caras infinitas, abre su abanico de caminos y posibilidades, pero eso ya será otra historia que tendrá otros protagonistas, otros rostros, unos ya ciertos, otros aún por definir, que siempre contarán con mi ayuda, con mi consejo y mi presencia hasta que Dios lo quiera, pero a los que corresponderá la responsabilidad de escribir esas páginas en blanco que el mañana les depara.

Francisco Román Morales
Hermandad de la Cena











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