Caminamos en círculos. En un final de temporada para los cantantes y los
camareros que ya encuentran cada vez menos propina en los sombreros y
en las bandejas de la desesperanza. Y se resignan sin que la canción
llegue a protestar o la bandeja deje de echar horas tras la muñeca que
ya ni tiembla porque perdió la cuenta de las horas.
Poner
el ejemplo o la analogía de las cofradías es un sobrante que a esta
ciudad, sin tradiciones ni talento entre sus moradores, le sobra. Porque
huelga casi todo y falta imaginación. O, tal vez, la embriaguez de la
madrugada donde las ideas, por descabelladas que fueran, tomaron el
cuerpo de la probabilidad.
Iba a comenzar este
cáliz hablándoles de algo que ya ni recuerdo. Quizá era de cómo
sepultaron el recinto ferial en el Arenal, de cómo somos inoperantes
para llevar a las cofradías a la Catedral (y miren que con voluntad todo
es sencillo), de cómo tapamos con marchas y costaleros las penas de
cada cual que se coloca a pie de acera y espera su milagro a sabiendas
de que éste no llegará...
Es muy triste vivir
en una ciudad que no promete nada, ni siquiera un beso antes de dormir.
Donde lo que preocupa es lo que parezcas o cómo te miren para seguir
dando cuenta de un estatus que va más allá de que te vallen una plaza
para que no hagas botellón. O donde encontrar un trabajo en la línea de
caja de un supermercado sea el maná industrializado de nuestra
particular Santurce.
Iba a culpar a los
políticos. A un alcalde inexistente, a una candidata socialista a la que
no se conoce mérito, a un ex-empresario que persigue -quién sabe- si el
indulto, a un candidato que ha bajado el rango del partido comunista al
esperpento final del circo de Ángel Cristo...
Podríamos
seguir, continuar despotricando pero no hay que mirar al de al lado,
sino a nosotros mismos, los verdaderos culpables de nuestro propio
despropósito. Hoy no les pido el voto, si acaso, si aun mantienen la
esperanza, no la pierdan y luchen hasta el último aliento porque Córdoba
deje de ser la ciudad de los desamparados y, quién sabe, si podamos
llegar a decir que es una ciudad de las de verdad.
Blas Jesús Muñoz