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domingo, 17 de mayo de 2015

El cáliz de Claudio: La ciudad de los desamparados


Caminamos en círculos. En un final de temporada para los cantantes y los camareros que ya encuentran cada vez menos propina en los sombreros y en las bandejas de la desesperanza. Y se resignan sin que la canción llegue a protestar o la bandeja deje de echar horas tras la muñeca que ya ni tiembla porque perdió la cuenta de las horas.

Poner el ejemplo o la analogía de las cofradías es un sobrante que a esta ciudad, sin tradiciones ni talento entre sus moradores, le sobra. Porque huelga casi todo y falta imaginación. O, tal vez, la embriaguez de la madrugada donde las ideas, por descabelladas que fueran, tomaron el cuerpo de la probabilidad.

Iba a comenzar este cáliz hablándoles de algo que ya ni recuerdo. Quizá era de cómo sepultaron el recinto ferial en el Arenal, de cómo somos inoperantes para llevar a las cofradías a la Catedral (y miren que con voluntad todo es sencillo), de cómo tapamos con marchas y costaleros las penas de cada cual que se coloca a pie de acera y espera su milagro a sabiendas de que éste no llegará...

Es muy triste vivir en una ciudad que no promete nada, ni siquiera un beso antes de dormir. Donde lo que preocupa es lo que parezcas o cómo te miren para seguir dando cuenta de un estatus que va más allá de que te vallen una plaza para que no hagas botellón. O donde encontrar un trabajo en la línea de caja de un supermercado sea el maná industrializado de nuestra particular Santurce.

Iba a culpar a los políticos. A un alcalde inexistente, a una candidata socialista a la que no se conoce mérito, a un ex-empresario que persigue -quién sabe- si el indulto, a un candidato que ha bajado el rango del partido comunista al esperpento final del circo de Ángel Cristo...

Podríamos seguir, continuar despotricando pero no hay que mirar al de al lado, sino a nosotros mismos, los verdaderos culpables de nuestro propio despropósito. Hoy no les pido el voto, si acaso, si aun mantienen la esperanza, no la pierdan y luchen hasta el último aliento porque Córdoba deje de ser la ciudad de los desamparados y, quién sabe, si podamos llegar a decir que es una ciudad de las de verdad.

Blas Jesús Muñoz




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