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domingo, 17 de mayo de 2015

La Feria de los Discretos: La corrupción del poder


Dicen que el poder corrompe. Desconozco si es cierto. Tampoco me he preocupado por llegar hasta él para comprobarlo. Debe de ser una atracción muy fuerte ostentarlo. Algo debe de tener que, cuando alguien lo alcanza, no quiere abandonarlo.  Debe de ser una pena cederlo tras un periodo de unión con él.  Debe de seducir tanto, que uno no recuerda los motivos por los que se lucho por él. Motivos estos que en un principio debieron ser nobles, limpios y transparentes. Al menos así debiera ser, de frente, siempre de frente, para aportar nuestro desvelo y trabajo para mejorar algo que se nos antoja mejorable.

Lo malo de todo esto, es que si no se aborda con limpieza y es conseguido con malas artes, inmundicia y bajeza, mal comienzo tienen los proyectos. No se puede decir que el poder corrompe, sino que accedemos a ostentarlo ya corrompidos. Y es que eso de sentirse dueño y señor de algo, de mandar y ser obedecido, de pisar las opiniones que no sean de nuestro agrado, de marginar a los limpios de espíritu  si  contradicen nuestra voluntad, aunque no se esté en posesión de la razón,  nos llena de orgullo, de soberbia y avaricia, ejerciendo un poder absoluto que ya no se corrompe parcialmente, sino absolutamente, como afirmó el historiador inglés Lord Actón.

Nuestras hermandades y cofradías son un espejo, o reflejo, de la sociedad actual. Aunque forman parte integrante de la Iglesia, muchos buscan en ellas la seducción del poder. Lo que debiera ser trabajo y oración para mayor gloria de Jesús y María, en ocasiones, demasiadas diría yo viendo lo que se está viendo, se convierte en un fin para mayor enaltecimiento de la cabeza visible que rige una corporación y por añadido de sus muchos aduladores y servidores, que haberlos, hay los, como en cualquier comunidad que se precie.

Tan agradable les es, que repiten mandatos, para luego cuando el derecho canónico no les permite la eternización, colocar un delfín, en el lugar más alto, al que manejan a su antojo, intercambiándose entre sí puestos en juntas para seguir gozando del poder y mando absoluto. Luego cuando viene aire fresco, o tal vez otros con igual ansia, comienzan las peleas de corral de vecinos, de verduleras de mercado, y se termina con actos tan desdeñables en asociaciones perteneciente a la Iglesia, como impugnaciones o arbitrajes, dejando a Palacio la patata caliente como se vio en las últimas elecciones a la Agrupación de Hermandades y Cofradías, o en algunas de las hermandades que la integran.

Si alguien que esto lea, se diese por aludido, meta la mano en su pecho y medite el motivo que le lleva a algo tan alejado de la moral católica, aunque de puertas para fuera se aparente ser el más fervoroso del orbe, y que no es más que un poder egocéntrico que solo pretende tapar mediocridades. Lo bonito serían mandatos cortos y fructíferos. De puertas abiertas, transparentes y mentalizados que no son eternos. Como fin recordar una máxima: Nosotros pasamos, la cofradía perdurará. No las dañemos y dejemos que todo siga un cauce acorde a la Iglesia a la que pertenecemos.

Quintín García Roelas












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