Suspira el querubín y bate las alas en homenaje a esos periodistas edulcorados como melocotones en almíbar que cuentan una cosa, distinta de la otra, y cambian la realidad sin empacho para ofrecernos una imagen idílica de las hermandades de Córdoba.
Suspiros alados por esa noticia del capataz que se fue y dan los motivos como si en el desencuentro con el otro rey del martillo no hubiese existido más que una conversación de barra, un viernes por la noche, o sean como las diferencias de dos párvulos en el recreo.
Suspira el Ángel por los plumillas de salón que suavizan o tapan asuntos de llamadores, como cuando se quiso dar uno a quien tiene el de otras muchas más. Será porque la tinta de su pregón fue tan débil como su elección por un voto que lo cambió todo cuando había empate entre dos.
Joaquín de Sierra i Fabra
