Aún recuerdo el tiempo en que la Semana Santa cerraba su telón de emociones y la luz se apagaba hasta que, bastante tiempo después, un altar de cultos volvía a anunciar la devoción inmanente de los días eternos. Todo se miraba a estrenar, nada era a la vista ni de ocasión ni de kilómetro cero.
Incluso alguna vez llegué a imaginar que quienes guía han los designios de las cofradías eran personajes que alcanzaban el rango de venerables hombres que, con mirada afable y gesto tranquilo, se detenían a meditar qué sería mejor y qué no lo sería.
El tiempo me vino a demostrar que mandar no es sencillo y que hay a quien le puede el peso del poder, ya sea de una manera o de otra. Como tampoco faltan personajes que darían cualquier cosa por mandar un minuto más, aunque desde el primero haya mandado otro por ellos y ni siquiera se hayan apercibido. Los menos desprecian el poder y los señalan, los linchan y los apartan como a bichos raros, gente extraña y peligrosa.
No puedo volver a la infancia ni dictar la de mi hijo, pues nunca creí en las normas, más allá de lo esencial. Sin embargo, mirando al mar desde la distancia que deja una tarde que llama al ocaso de una extraña primavera, no puedo dejar de sentir que ser cofrade es casi lo peor que le puede pasar.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: Comienza la guerra