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martes, 4 de agosto de 2015

El Cirineo: Invasión Costalera


El verano es un periodo de tiempo excelente para que el común de los mortales dedique horas interminables a analizar el curso que acaba de expirar y para realizar pronósticos acerca del que se avecina y cuyo amanecer está más próximo de lo que parece. Lógicamente los cofrades no somos una excepción, de modo que como bien podría suscribir mi buen amigo Fernando Blancas, es éste, un momento propicio para que proliferen conversaciones profundas con una copa de por medio al frescor de la brisa de la costa.

En esta tesitura me encontraba el pasado sábado, en un pueblecito de la costa de Huelva, con la circunstancia añadida de haber presenciado nada menos que una salida extraordinaria  en pleno germen de agosto, con lo que el sentimiento cofrade, al albur de las marchas de agrupación musical y el olor del incienso se encontraba a flor de piel.

Entrada la noche y tras haber disfrutado de intensos momentos cofrades en compañía de un amigo cordobés comenzamos a repasar la actualidad de las hermandades de nuestro entorno más cercano, derivando la charla, como no podía ser de otro modo en los asuntos más polémicos que envuelven a algunas de las corporaciones de nuestra Semana Santa.

En un instante del diálogo que versaba sobre elecciones y hermanos mayores elevados a los altares por obra y gracia del apoyo de una cuadrilla, mi interlocutor, me espeto una frase que me hizo reflexionar unos segundos… “es la penitencia que se paga cuando se empecinan las juntas de gobierno en convertir, por lo civil o por lo criminal, en hermanos a la gente de abajo”.

No negaré que el argumento me hizo dudar. Les confieso que siempre he sido un defensor de la necesidad de que los miembros de las cuadrillas se integren en la vida de hermandad participando activamente en ella y aportando su incuestionable valor humano, más allá de la concepción limitada de que únicamente están interesados en una parcela muy concreta de una corporación y que cualquier otra carece de atractivo para  el costalero. Una política no entendida como una imposición a las cuadrillas, sino más bien al contrario como una obligación para las hermandades, las juntas de gobierno y los responsables de los martillos de ser capaces de atraer a quienes eligen el costal hacia algo mucho más importante que lo que se vive bajo las trabajaderas. Sin embargo al repasar mentalmente el desastre que ha supuesto para ciertas hermandades acabar siendo gobernadas por auténticos incompetentes cuyo mérito exclusivo para alcanzar el estrellato ha sido convencer a una cuadrilla con la promesa de una banda importante, o cualquier otra chuchería de similares características, olvidando lo que de verdad importa y que rara vez se menciona a la hora de solicitar el voto, he de reconocer que tuve un momento de debilidad e imaginé qué hubiese pasado en algunas de estas corporaciones si en algún momento del pasado a nadie se le hubiese ocurrido hacer hermanos a todos los que llevan costal en lugar de túnica nazarena. Sin duda hoy, algunas juntas de gobierno estarían prácticamente desiertas.

No obstante mi indecisión se difuminó repentinamente. El dilema que requiere un profundo análisis no es que los costaleros sean hermanos y que con su voto puedan decidir quien dirige el destino de una hermandad sino cuáles son las razones por las que las sucesivas juntas de gobierno que se suceden en nuestras cofradías han sido incapaces de atraer a la vida activa de las mismas al resto de hermanos que no visten faja y costal. El problema no es que los costaleros, cuando son hermanos, se conviertan en un lobby con la influencia suficiente para decidir quién ostenta la vara dorada, sino por qué al resto de hermanos les importa un bledo quien dirija una hermandad o que en esta se produzca una fractura social de consecuencias catastróficas. Esta es la auténtica asignatura pendiente de la mayoría de nuestras hermandades y no se subsana evitando que los miembros de las cuadrillas se conviertan en hermanos costaleros, minimizando de este modo la vida de una hermandad a la mínima expresión condenándolas a una pobreza social, cofrade e incluso intelectual cuya consecuencia inevitable con el devenir de los tiempos es el ocaso y la extinción, porque cuando en un grupo poblacional no existe interacción con el exterior y se alimenta de la múltiple aportación que se deriva de la rotación de sus componentes, el empobrecimiento conduce a la decadencia y la ruina y las cofradías, no son una excepción.

La solución no es reducir la masa de votantes potenciales, sino lograr que la implicación del resto de hermanos otorgue la justa medida a las cuadrillas a la hora de determinar el futuro de una hermandad. La solución no es impedir la hipotética invasión costalera en nuestros cabildos, que tanto repelús de la da algunos, sino lograr que la presencia activa del resto de grupos que configuran, o deberían, una hermandad diluya el poder del que efectivamente hoy gozan las cuadrillas a la hora de tomar decisiones trascendentes. La solución no está en vaciar las casas de hermandad sino en colmarlas de gentes que aporten su trabajo, su ilusión, su pensamiento y esa visión enriquecedora y de que tanto adolecen nuestras corporaciones en la actualidad de que una cofradía es mucho más que cornetas, costales y cambios…

Guillermo Rodríguez















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