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jueves, 13 de agosto de 2015

Verde Esperanza: Bendito veneno


Uno es un jartible de esto de las Cofradías, ya lo sabe. Hace un par de días escuchando marchas de bandas de cornetas –en pleno agosto, sí, ya me conoce…-, encerrado en mi micromundo, me di cuenta de que me estaba agarrando a la mesa del escritorio como si de la madera del paso de mi Cristo se tratara. Poco después tuve la oportunidad de visualizar un vídeo grabado desde una de las famosas Go-Pro en un ensayo del misterio de una Hermandad de Vísperas sevillana, y volví a tener esa sensación de necesidad de revivir aquello con mis hermanos del Amor, de hecho lo compartí con un compañero de costal y su reacción fue decir que nos llamaran locos si hacía falta, que nosotros sabíamos lo que se disfruta. Si me sigue usted con frecuencia sabrá  que me estrené bajo las trabajaderas el pasado Viernes Santo, y desde entonces un extraño veneno recorre mis venas.

Reconozco que antes de ponerme el costal y la faja tenía ciertos recelos sobre el mundo de los de abajo. Pensaba que había demasiado de afición en perjuicio de la devoción entre los costaleros, coleccionando ensayos y distintos pasos en los que salir como quien colecciona estampitas de pequeño. Nada más lejos de la realidad, aunque haya puntos negros en el gremio, como en todos los demás. Y es que he aprendido el gran valor espiritual y evangelizador que posee la trabajadera. La madera de un paso es un perfecto instrumento de devoción y entrega a unos Sagrados Titulares. Cuando uno se agarra a ella como inconscientemente yo hice con la mesa, y como normalmente se hace bajo un paso, estamos aferrándonos a lo único que tenemos seguro en esta vida, que es Jesús. Ser los pies de Dios supone un gran sacrificio, tanto físico como de privación de pasar tiempo con la familia o en otros menesteres. Pero, por encima de todo, encierra una magia tan particular que es absolutamente imposible de percibir si uno no se ha fajado. Es un veneno, como decía, que comienza a circular por el alma cofrade en el preciso momento en el que suena la Marcha Real al salir el paso correspondiente. Permanece en latencia durante las pocas horas del año en las que el peso de Dios recae sobre las espaldas del hombre. Pero en el preciso momento en el que el paso se encierra, comienza a hervir haciendo sentir esa extraña sensación de necesidad de tocar palo, como se dice en el argot del costal. 


Quizá no sea el artículo con más contenido que he escrito, ni tampoco el más largo, pero sentía esa necesidad de compartir con usted esa bonita anécdota que le relataba al comienzo del texto. Conviene recordar, a mí el primero, que quizá hay que ponerse en la piel de cualquiera al que se critica –en el aspecto más positivo de la palabra-, antes de hablar más de la cuenta. No podía imaginarme el embrujo que encierra el mundo del costal, pero una vez vivido desde dentro… bendito veneno, bendita locura. ¡Que llegue pronto enero!

José Barea.




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