Esta nueva
corporación municipal que nos gobierna –o, mejor dicho, nos desgobierna- es un
no parar de despropósitos. Hasta el punto que ya cada vez que veo por la calle
al anterior Alcalde –que verdaderamente no fue nada del otro mundo, la verdad
sea dicha- me empieza a parecer un auténtico animal político y esto,
ciertamente, me preocupa. Oigan, que para nosotros fenomenal, gloria bendita:
no se pueden ustedes imaginar el juego que están dando a Gente de Paz. Las
noticias nos las dan prácticamente hechas y con los artículos de opinión en las
que las palabras clave son ayuntamiento (indigno de escribirse con mayúscula),
concejales, Fuensanta, etcétera… nos van a dar para publicar nuestra propia
enciclopedia de la legislatura del tripartito perdedor.
No hay semana
en que no salga a la palestra una nueva genialidad consistorial y eso, es de
justicia reconocerlo, no es fácil. Esta semana, en el ámbito no cofrade, ha
sido el tema de la gestión del Alcázar y la brillante idea de “remunicipalizar”
o, lo que es lo mismo, cargarse la gestión de la empresa privada que llevaba el
espectáculo nocturno, el que ha saltado a los medios. La consecuencia de todo
esto: caída estrepitosa de visitas al segundo edificio más visitado de la
ciudad, 13 trabajadores enviados a engrosas las listas del paro pertenecientes
a la “perversa” empresa privada que había que cargarse por lo civil o por lo
criminal (¡qué despropósito!: una empresa que quiere ganar dinero generando
empleo y prestando un servicio a la ciudadanía que, de rebote, hace que se
beneficie la hostelería cordobesa… ¿dónde vamos a ir a parar?), reducción de
las horas de apertura del Alcázar y cabreo consecuente de los propios
empresarios hosteleros que piden que se vuelva al modelo anterior. Fenomenal gestión,
chavales: ¡para que alguien dude de la eficiencia y eficacia de la
remunicipalización! ¡Así funciona lo público! No sé cómo todavía hay personas
por ahí que no son partidarias de que el Obispado y la Junta lleguen a un
acuerdo para que la gestión de la Catedral sea compartida. ¡Viva lo público!
Seamos claros.
Isabel (de ahora en adelante Chabeli, ya que no sabe, no contesta, no aparece
en el tendido cuando los medios de comunicación la esperan a porta gayola), te
lo digo desde aquí: tu matrimonio con Pedrito Jones (él es arqueólogo) no
funciona. Pedrito llegó por error al Ayuntamiento, ¿no te das cuenta? Él quería
colocarse en el templo romano, viendo piedras, que es lo suyo de toda la vida.
Pero se ve que el buen hombre se equivocó y el día en que pretendía acceder al
yacimiento se metió en ese Consistorio horrible –indigno de una ciudad
patrimonio de la humanidad- ubicado en Capitulares y no debió sentirse extraño
porque se ha quedado. Pero hazme caso, Chabeli, que está ahí por error, se ha
infiltrado como edil y encima quiere
mandar sin tener ni idea de qué va la película. ¡Está todo muy claro! ¡Olvida,
Chabeli de mis entrañas, a Pedrito Jones! ¡Desprecia los amores que David
entona con los acordes de su guitarra de seminarista! No te fíes del que parece
renegar de su antigua condición de cofrade por el sillón de concejal al grito
de ¡Córdoba bien vale una comuna… como la del Rey Heredia! Mira que mañana
puedes ser tú la traicionada.
Así nos luce
el pelo, señores míos. ¿Y me dicen ustedes que en la Hermandad de la Esperanza
tienen dudas de si mi Chabeli le pondrá o no la medalla de oro de la ciudad a
la Virgen en su salida extraordinaria? Pues yo en su lugar lo tendría bien
claro: ¡antes sin medalla que Virgen amedallada por cualquier miembro de este
desgobierno! Más vale honra sin barcos que barcos sin honra. Ustedes se han
empeñado en poner zancadillas, ignorar y humillar a las Hermandades, ¿a qué
venir a poner medallas ahora? La medalla, Chabeli, pónsela a Pedrito Jones. Así,
por lo menos, lo mismo parece que ha hecho algún mérito digno de reconocimiento
en su vida. No sé… quizá algo tan encomiable como encontrar la puerta de su
casa, de donde muchos agradeceríamos que se quedara sin salir durante un buen
tiempo. Como el Probe Miguel.
Marcos Fernán Caballero
Recordatorio Candelabro de cola: Confesión