Querida Carmen Acosta: hoy debes estar orgullosa pues nadie faltó a la cita. Su pueblo, sus files, fundidos en un río de almas, lo acompañaron de principio a fin, sellando un compromiso de siglos, firmado con lágrimas y rezos de emoción y sentimientos. Tú lo sabías bien. Sabias que tú Caído no es efímero, ni fugaz, ni sujeto a modas. Su devoción creciente y duradera se fragua desde dentro, poco a poco como le gusta a este pueblo. Es como Córdoba, la ciudad que lo acoge. La primera vez te cautiva, la segunda te enamora para siempre.
Querida Carmeluchi, sé que el sábado fuiste más cerca de Él que nunca. Tan cerca, que lo ayudaste durante todo el recorrido con su cruz, cual cirineo. Sé que no fuiste sola que en tu labor te acompañaron; R. Hospital, J. García, nuestro querido Capote y todos los costaleros que nos dejaron para subir al cielo, ellos bajaron cual cuadrilla de ángeles para ayudarlo en su caminar y por Deanes flotó en su paso, acariciando balcones y farolas, jugueteando con ellas cual travieso niño, como le gustaba “al abuelo” pues seguro también estaba él allí, Rafael Muñoz Serrano, liderando su cuadrilla de ángeles y haciendo que nuestro trabajo fuera tan preciso y liviano.
En Santa Ana, justo en el lugar donde comenzó tú despedida de este mundo, quizás por el dolor al saber que allí comenzó tu adiós, una potencia se desprendió de su cabeza ¿casualidades de la vida? puede ser.
El Caído siempre nos enseña a levantarnos, una y otra vez. Nos enseña con su mirada humilde que el camino es seguir, levantarse siempre tras caer y seguimos con él hasta una impresionante y silenciosa Santa Marina, donde con un sublime Ave María a los pies del azulejo de tu virgen del Carmen, tus niños te rezaron con los pies.
En la Lagunilla nos faltaba algo. Un gran silencio tan sólo roto por el rezo desde el interior del paso en tu memoria nos emociono a todos. Faltó tu voz, tu grito de aliento, ese que por desgracia no volveremos a escuchar, ese que ya se quedará únicamente impreso en los corazones de los que tuvimos la suerte de oírlo una y mil veces en tu casa y en San Cayetano.
La hora estricta, la cuesta llena y tus niños, los costaleros del señor con más ganas y fuerza que nunca hicieron el resto. Ayudada por los ángeles que bajaron desde el cielo, recogisteis su canasto caoba y cual cesto de liviano mimbre y en una sublime armonía, ascendió a lo alto de su cuesta sin tocar el suelo, chicota eterna lo llamarían algunos y no fue más que sentimiento, unión, amistad, devoción, fe y rezo para escribir un párrafo, tan sólo uno, de la historia, del recuerdo, y de esa manera dulce, cerrar con un hasta siempre una noche brillante que se quedará por siempre en nuestros corazones.
Querida Carmeluchi, habla tú con ellos, con los ángeles del cielo. Diles que no falten a su cita. Diles, que el Jueves Santo contamos con ellos. Diles, que mientras estén en los recuerdos, vivirán con nosotros grandes momentos, pues Él bajara de nuevo para redimir al pueblo y sus hombres del costal y los ángeles del cielo lo llevarán hasta tu puerta para rezar de nuevo y de esta forma, mantenerte siempre viva en el recuerdo.
Hasta siempre
Manuel Orozco Estrada
Recordatorio De trama simple: Llegó tu día