Esta es una de esas ocasiones en las que quien suscribe es consciente de que la exposición que a continuación les voy a ofrecer va a descontentar a más de un lector. No obstante, les ruego un poco de paciencia, la suficiente para terminar de leer el texto sin enervarse y un esfuerzo adicional para intentar ponerse en lugar del otro en un ejercicio de empatía al que los seres humanos estamos tan poco acostumbrados.
El otro día, conversando con una persona muy cercana a la que no considero precisamente cofrade, sino una de las miles que se echan a la calle en Semana Santa pero que quieren saber bastante poco de todoloquehuelaincienso a lo largo del año, salió a colación un evento que se me antoja muy hermoso, repito un acto precioso, que se produce en las inmediaciones de la Iglesia de San Antonio de Padua al cruzar el umbral que separa la noche del 23 de septiembre y la madrugada del 24, a la sazón Día de la Merced. La banda Coronación de Espinas realiza un pasacalles en las cercanías del templo para rendir pleitesía a Santa María de la Merced, un acto que goza de un indiscutible encanto para el cofrade en general y para el hermano de la corporación del Lunes Santo en particular.
Sin embargo, he de decir que mi conversación me hizo reflexionar en un asunto que probablemente escape al pensamiento del cofrade medio, enclaustrado en su pequeña burbuja de incienso, cera derretida y música procesional. Un evento que encierra un sabor especial, íntimo y profundamente devocional, pero que se desarrolla en un día laborable en torno a las doce de la noche.
Hagan un esfuerzo de abstracción por unos segundos. Imaginen a una pareja con un bebé que viva frente al templo que se despierta llorando, asustado y sobresaltado por el son de la percusión, o un niño, su hijo, que tiene colegio al día siguiente, o de un trabajador cualquiera, usted mismo. Imaginen por un instante que ustedes no son cofrades, que las hermandades se la trae al pairo, no digo que las odien ni nada por estilo, simplemente no les gustan o sí, pero solamente en Cuaresma y el resto del año sus pensamientos se ocupan en los miles de asuntos que configuran su lucha cotidiana. Se que muchos pensarán (también yo en multitud de ocasiones) que son sólo unos minutos, que esta es una tradición del barrio, que las cofradías son parte de nuestra cultura, y toda esta larga serie de argumentos que gozan de una incuestionable validez frente a todos estos furibundos neolaicistas que pretenden acabar con el status quo de nuestro universo cofrade. Unos pocos minutos que pueden ser más que suficientes para que un bebé se desvele y no logre conciliar el sueño en horas… ni sus padres tampoco. ¿Qué hubiese sucedido si alguno de estos vecinos hubiese llamado a la policía local para protestar y los agentes de seguridad se hubiesen presentado para multar a los responsables o simplemente para apercibirles? ¿Hubiésemos puesto el grito en el cielo porque se trataría de un nuevo episodio de persecución cofrade perpetrado por este ayuntamiento que tanto nos odia o por el contrario lograríamos comprender que hay personas a las que todo este mundo por el que nos desvivimos no les gusta y tienen derecho a descansar tranquilamente una noche laborable cualquiera de una semana cualquiera? ¿Puede ser que a veces seamos nosotros los que nos negamos a alcanzar esa empatía que reclamamos a terceros? ¿Se podría haber organizado el evento que da excusa a este artículo la tarde siguiente a eso de las seis, por ejemplificar? ¿Resulta realmente imprescindible que cada hermandad ponga a sus titulares en la calle dos a tres veces al año o podrían sustituirse algunas celebraciones por funciones religiosas, dejadas de la mano de las juntas de gobierno y abandonadas por los hermanos rasos, valga la expresión? Sin ir más lejos y si no me traiciona la memoria, este pasado fin de semana, en la ciudad de San Rafael, hemos tenido la salida extraordinaria de la Hermandad del Caído, la salida procesional de la Santa Cruz de la hermandad del Cristo de Gracia, el Rosario de la Hermandad del Rocío, el Rosario de la Aurora de la Merced, la salida de la Virgen del Socorro y las de la Virgen de Consolación (seguro que me olvido de algo). Con la mano en el corazón, ¿realmente no les parece excesivo para una ciudad de menos de 350.000 habitantes siendo generosos?
Ya sé que el planteamiento que hoy les ofrezco es muy políticamente incorrecto tratándose de una página de contenido cofrade, pero en el punto medio está la virtud y necesitamos ser humildes y empatizar con quien tenemos enfrente, intentando comprender que del mismo modo que la ciudad no es de quienes pretenden negarnos el pan y la sal, tampoco es exclusivamente nuestra y por tanto tenemos que ser los primeros en hacer el esfuerzo de compartirla y dar ejemplo. Los eventos cofrades se han multiplicado hasta casi alcanzar el infinito (en ocasiones el absurdo), con el considerable descenso de público en buena parte de ellos, los presuntamente menos atractivos, a causa del hartazgo derivado de la sobreexposición, y es posible, sólo posible, que tengamos que parar un segundo para dotar de cierta racionalidad esta excesiva proliferación que no ha existido siempre, por otro lado, basta con revisar nuestros recuerdos o los de nuestros mayores. Quizá sea más inteligente racionalizar antes de que el juguete se rompa y el asunto se nos vaya de las manos o peor aún que vengan desde fuera a limitarlo.
Guillermo Rodríguez
Fuente Fotográfica
Recordatorio El Cirineo: Poli malo, poli bueno