Algo así sucedió este domingo seis de septiembre. No era su fecha, pero sí el día marcado en rojo, la jornada en la que, junto a Nuestra Señora de la Fuensanta, los cofrades habíamos de dar una señal inequívoca de unión y afectó por aquello que nos pertenece y que, digan lo que digan, nos quieren arrebatar. A la Virgen han querido desnaturalizarla de su Fiesta, a los cofrades de su ciudad. Y, sin embargo, desde que la mañana abrió sin lluvia ya se sabía que nuestro destino estaba escrito, amén de la divina Providencia.
En ningún lugar he sentido tanto una arquitectura como en el Patio de los Naranjos. No es una suerte heredada, sino un tesoro conservado, cuidado y engalanado durante siglos para disfrutarlo hoy. Probablemente, y quien me conoce lo sabe, utilizó adjetivos que insinúan, sin embargo ha llegado una hora distinta, la de defender la Catedral de Córdoba como nuestro mayor y mejor territorio común.
La Virgen de la Fuensanta ha sido más que nuestra Patrona, la de todos los cordobeses. Ha sido nuestra valedores, la bandera y la patria que nos une, que no es otra que la fe. Ellos seguirán hablando, nosotros hoy hemos demostrado con el amor a la Santísima Virgen que estamos aquí para algo tan sencillo como defender nuestra fe.