Muchos se están llevando las manos a la cabeza con el inminente peligro
que corren las subvenciones de las que, en muchas ciudades, gozan las
Hermandades por parte de los órganos municipales. Todo ello motivado por el
cambio de color en los Ayuntamientos hacia posturas empeñadas en atacar a todo
lo que tenga que ver con la Iglesia. Zancadillas, trabas, desprecios, desaires
varios… todo vale con tal de menospreciar a lo católico y cofrade por
extensión. Está pasando en Cádiz, donde ya se ha pedido una reducción de la
partida económica que se ofrece a las Cofradías, pero en ciudades como Córdoba,
y otras muchas, es algo que se barrunta desde el cambio de gobierno municipal. He llegado a leer que ciertos dirigentes cofrades afirmaban que "sin subvención no se puede salir, y por tanto no hay Semana Santa". Me causa hasta alguna carcajada, aunque quiero pensar que esa línea argumental no va en serio, sino más bien en clave de llamada de atención y de reivindicación de lo que, con todo derecho, merecemos. De lo contrario, sería muy preocupante que los dirigentes de Cofradías no fueran capaces de sacar los pasos a la calle sin las ayudas económicas. Tranquilos, que otros jamás hemos disfrutado de las ansiadas subvenciones y seguimos sobreviviendo y sacando las Hermandades a la calle. No se acaba la Semana Santa por esto.
Qué quieren que les diga, me sorprende que les sorprenda. ¿A
alguien se le podía escapar que estos partidos que están tomando el poder iban
a torpedear todo lo que oliera a incienso? Pero, y voy un paso mucho más allá, creo
que el tema es más preocupante por lo que deja ver de las propias Hermandades
que por lo que deja ver de los políticos, que, al fin y al cabo, ya están más
que calados. Ya apuntaba hacia ello en un artículo titulado Pereza subvencionada que escribí hace un tiempo. Como indica el mismo, hablaba de
cómo el hecho de recibir subvenciones repercutía en la intensidad de la
actividad de una Cofradía. A mayor subvención, menor actividad.
Seamos claros: al ritmo en el que “avanza” nuestra sociedad, las
subvenciones tienen las horas contadas. Ojo, no digo que esto sea correcto,
nada más lejos de mi pensamiento. Resulta insultante que un evento tan
multitudinario, enriquecedor y atractivo para gran parte de la ciudadanía no
reciba el apoyo municipal que merece, más aún cuando hay un hecho absolutamente
objetivo e irrefutable: la Semana Santa atrae a una gran masa turística que
reporta unos beneficios indudables a la economía de la ciudad. Más allá del
ámbito religioso, que debería per se merecer
un mínimo de respeto y decoro por parte de las autoridades que representan a
toda la ciudadanía, incluida a la gran mayoría que es católica, es un signo más
la de torpeza de quienes rigen los organismos municipales no apoyar
decididamente algo que es bueno para la propia ciudad, también económicamente hablando.
Pero, como decía, más allá de todo eso, las Hermandades deberían tener la
capacidad de sobrevivir con amplia suficiencia sin ninguna subvención por parte
de los Ayuntamientos. Es más, normalmente las subvenciones se dan en ciudades
de las llamadas importantes, cuyas Hermandades –en general- son las que tienen
más hermanos y donaciones y, por tanto, las que deberían a priori no necesitar
de las mencionadas ayudas económicas. Yo, ya saben, vivo en una ciudad que no
es ninguna capital de provincia. No sé en otros sitios, pero aquí ninguna
Cofradía recibe ningún apoyo en forma económica por parte del Ayuntamiento. Es
decir, todas las Hermandades comienzan el curso partiendo desde cero. Por
tanto, los gastos de todo el año, incluida la salida procesional, han de
sufragarse organizando actividades y
haciendo malabares durante todo el año, ya que ni las cuotas de hermanos ni
papeletas de sitio dan, ni de lejos, para poder poner los pasos en la calle.
Es por ello que me causa cierta sorpresa que haya Hermandades o cofrades
en general que se lleven las manos a la cabeza ante la posibilidad de que se
reduzcan o directamente se retiren las subvenciones a las Cofradías, e incluso deslicen que sin ellas no se puede salir a la calle en Semana Santa. Ello es
porque como explicaba, en general, cualquier corporación capitalina posee el
cuádruple de hermanos que otra de una ciudad como podría ser la mía y, por
ende, una capacidad de generar dinero en esencia superior a la de municipios
humildes que nunca han gozado de ningún tipo de ayuda económica por parte de
los Ayuntamientos. Sospecho que muchas de estas corporaciones están instaladas
en la comodidad o la pereza de saber que entre subvenciones y cuotas de
hermanos y papeletas de sitio da de sobra para costear las bandas, las flores y
la cera, incluso para ir haciendo estrenos en forma de pasos o la adquisición
de enseres nuevos. Y todo ello sin tener que moverse durante todo el año
organizando actividades para generar dinero.
Mi reflexión se encamina hacia todos aquellos lugares que ven peligrar
las ya ampliamente mencionadas subvenciones, y es un pequeño aviso a navegantes.
Primero, y lo más importante, hemos de estar todos de acuerdo en que las
subvenciones son más merecidas que necesarias, ¡ojo! Ya sean de capital o de no
capital. Es de absoluta justicia que las Cofradías, sean de donde sean, las
reciban, en eso hemos de converger todos. Pero no creo que hagan falta para que
estas puedan desarrollar su actividad con total normalidad. Igualmente, creo
que todas estas Hermandades que han estado recibiendo subvenciones deberían, por una vez en la vida, mirar hacia su provincia e investigar qué hacen otras Cofradías para poder
poner la cruz de guía en la calle. No es tiempo de lamentarse por una batalla
que tarde o temprano vamos a perder, sino de arremangarse y darle la actividad
que merecen las Hermandades. No queda otra, renovarse o morir. El cofrade no
puede ser perezoso: hay vida más allá de las subvenciones.
José Barea