Ahora ya luz de cada tarde se va alargando por el Realejo, en un perfecto eje que va desde el Alpargate hasta la Plaza de Salvador (Capitulares, para todos aquellos que aún sois imberbes). Parece ir cada día escupiendo la oscuridad del invierno por todas y cada una de sus perpendiculares, dejando un rastro de luz tenue, cálida, que va limpiando la verdina de los poyetes, que va llamando a la puerta de cada naranjo para despertar el azahar.
Llama a todas y cada una de las ventanas a descorrer el visillo, a salir a la calle como si no hubiera un mañana, a apagar la tele, dejar el móvil en casa y zambullirte en ella, en la más limpia y plena tarde de una ciudad milenaria. Piensen que están en Roma, o en la antigua Constantinopla, se quedarían una tarde de primavera en el hotel sin salir?
Los enormes plataneros van cubriéndose de hojas para servir de sombra al Señor de Córdoba en apenas tres semanas; en San Lorenzo saca Bohollo los ternos morados, los rojos para el Monumento; en el Realejo se derriten sobre el papel las cárdenas mieles de las torrijas recién hechas; y en San Andrés huele a un incienso particular en una tienda llena de jarambeles cofrades.
Al llegar a San Pablo parece mentira que aún falten esas tres semanas: La rampa, el carillón tocando: Perdona a tu Pueblo, Señor, el sol escurriéndose por el rosetón… , hasta Ella, dispuesta a comerse el mundo cualquier tarde, y no sólo la de un Viernes, parece que está ya dispuesta, así, de hebrea, sencillita. Y cualquiera le dice que aún le quedan tres semanas, como si fuera posible contenerla…
Rafael Cuevas