Te llamaba, te miraba..., pero ni me contestabas ni me devolvías la mirada. Creía que te habías enfadado conmigo. Me sentía sola, perdida, sin ganas de nada, enfrentándome a un mundo sin protección alguna que mi palabra, que algunos intentas desprestigiar por no estar de acuerdo o por el simple hecho de ser yo.
Muchas veces fueron las que tuvimos peleas por mi forma de ser, pero ya me conoces, y poco voy a cambiar a estas alturas de la película. Sí, lo sé, contigo me calmaba. También lo sé, tengo que controlarme, mi genio puede pasarme factura, pero ya sabes que no puedo remediarlo.
Muchos dicen que si me mordiese la lengua me envenenaría, pero tú bien sabes que no es así, que el problema es que tengo que decir las cosas, porque si no reviento, al final se me formaría una úlcera. No soy de las que ponen la otra mejilla, por mucho que lo diga la Biblia.
No entono el mea culpa, lo siento; porque todo lo dicho, se ha dicho con respeto, como siempre me enseñaste. Y lo dicho, dicho está, además por escrito. El problema es que no sabemos encajar las críticas, ¿verdad?
Tú bien sabes que he tenido que lidiar con muchas críticas y como tú me conoces sabes que la peineta cada día es más grande, tan grande que me sirve para llevar dos mantillas. Esa es la diferencia, que mientras yo escojo las críticas constructivas para seguir creciendo, otros no las escuchan y se cierran en banda y no avanzan. ¡Qué pena!
Te necesitaba, te llamaba y te miraba... te llamaba y no me contestabas. Te miraba y te volvía a mirar, hasta que por fin lo hiciste y mi alma se llenó de esa tranquilidad que sólo tú sabías transmitirme. Ahora sé que no pasa nada.
Raquel Medina
Recordatorio ¿Mataremos al final al mensajero?