Tan poco tiempo queda, que casi se escucha el rachear de alpargatas por el suelo con la frecuencia exacta del que camina y reza. Tan poco queda ya, que se apuran los instantes de la cuaresma cual último bocado de un plato exquisito. Se buscan instantes para el recuerdo, olores que evocan pasión, imágenes que permiten apreciar el arte, el detalle, la inspiración de aquellos que en su día, gubia en mano, labraron de la nada un sentimiento y una devoción.
Cuánto orgullo ser escultor, bordador, vestidor, orfebre y ver como tus obras cobran vida y alientan el corazón de aquellos que tienen Fe. Cuánto mimo y cuanto oficio de la mayordomía y priostía que se afanan en cumplir un año más el ritual exacto de hacer lo que mejor saben, sintiendo el privilegio de mirar de cerca, de hablarles bajito y rezar sin voz.
Qué grandioso oficio, el del arte de lo efímero, el del arte del costal que cual caminar por la vida, empieza y termina tras cada chicotá. Qué tiernas miradas nazarenas de aquellos que portan cirios, de aquellos que bajo capirotes que apuntan al cielo van por las calles guiando y dando luz de penitencia, y más aún las de esos niños que de barita van, o de pabilo, o canastilla de incensario, o de la mano de un hermano, qué más da, pues la ilusión ilumina sus ojos de una luz que es difícil de explicar.
Qué imagen más bella al llegar a casa y ver las túnicas allí “planchás” con ese olor a limpio que nunca se puede olvidar. Que sentimiento y que nervios cuando el Domingo al despertar, oigamos el sonido a lo lejos de algún tambor que ya nos anuncia de nuevo que la muerte cerca está, que el salvador de los hombres, el redentor del mal, ha venido a explicarnos que su muerte va a llegar, para hacernos aún más libres, para enseñarnos a amar, para decirnos que el cielo a tan sólo un paso esta, pues aunque pronto Él muera, volverá a resucitar, para gloria de esta tierra, que a sus pies ya puesta está.
Manuel Orozco
Recordatorio De trama simple: El día de San Juan de Dios