Blas J. Muñoz. No lo hay ni se le espera. Esa bien podría ser la conclusión y el ejemplo es sencillo y hace pocas horas lo sufrió en sus carnes quien les habla. Para ponerles en antecedentes estamos en la Calle Nueva (Claudio Marcelo para los neofitos) y la situación estratégica de la parada se sitúa junto a los pasos habilitados para el cruce de peatones.
Hasta ahí todo normal. Apenas restan unos metros para que pase la cofradía en cuestión, pero el idilio no puede durar y el encargado de seguridad, eso pone en el chaleco (si fuera fotógrafo también luciría letritas), me pide que me eche un poquito hacia atrás. El cubrerrostro evita que me vea la mueca, la sonrisita y la sorna hastiada de saber lo que va a ocurrir.
Se da paso a uno, a dos, diez o cien. Vaya usted a saber. Yo no me paro a contar mendrugo cuando hago estación de penitencia. Es un defecto que tengo. Disculpen. Pero me pasan por delante tantos que acaricio la vela y me digo, verás luego. La cofradía echa a andar y yo, para hacerlo, tengo que esperar a que crucen los últimos a los que les va la vida en ello o se para Córdoba.
No es falta de respeto, sino que no existe sin contemplaciones. En los detalles vemos la prueba del algodón y, como rezaba el anuncio, ése no engaña, por contra da nuestra propia medida.