Blas J. Muñoz. Fue hace años cuando, en el horizonte ahora nostálgico de la librería Anaquel y de Paco Liso, atrapé un ejemplar de la revista Mercurio. Eran tiempos de literatura con mayúscula, de generación encontrada en la Residencia de Estudiantes, de poetas que vivieron un verano sangriento, tan distinto y tan igual que el de Hemingway.
Las frases fluyan y los versos se guardaban al calor de aquellas estanterías. Mientras recorría aquel oasis de letras ojeada someramente el contenido. De repente, Pérez Azaústre recorría San Lorenzo de la mano de Pío Baroja y una estancia en Córdoba que le admitió ante la contemplación de Cristo del Remedio de Ánimas.
Cada viernes, en cada Besapiés, la imponente estampa del Crucificado del que forman parte de su historia García Baena, Arjona o Del Moral; retoma su leyenda del tiempo como un relicario vivo de la esencia absoluta de la ciudad. La leyenda de Baroja forma parte del espacio común al que tantos poetas pertenecen.