Por unas horas todo volvió a ser como antes o, quizá, solo el sedimento residual de la melancolía, de esa juventud que supe perdida antes de que se fuera, quisieron que así lo entendería. En el taller de Miguel Ángel todo estaba intacto, casi como la última vez -bastante tiempo atrás- que estuve en ese lugar donde, la primera vez, imagine un Barroco imposible de los siglos afincado junto a la Plaza Grande (ahora, todos convienen en llamarla Corredera, pero a los oídos del niño que fui era el foro romano, no una plaza castellana y se llamaba por su nombre, aunque fuese una obviedad).
Aquellas dos horas volví a
retomar el pulso del inicio, de lo que me trajo hasta aquí, de lo que
tantos desconocen, de los amores de siempre, de los lugares cercanos que
fueron mi hogar. Y, para detener el pulso acelerado de quien llega con
la hora justa, dos amigos esperaban que les preguntase por aquella
Virgen que quiso unir nuestros caminos. Y, como imaginarán, sostener un
vínculo tanto tiempo es difícil y, ahora, lo valoro todo mucho más que
antes.
Miguel Ángel González y Rafael de Rueda
comenzaron a hablar sobre la Virgen de la Caridad en la entrevista que
concedían para El Relicario Cofrade. En unos días podrán disfrutarla,
aunque he de confesarles -disculpen el arrebato vanidoso-, que no más
que un servidor pudo hacerlo, si bien la charla de ambos artistas, esa
conversación entre amigos, bien vale que les dediquen algunos minutos de
su tiempo.
Como casi siempre, Ella estaba de por medio. Tal vez, el modus vivendi del
cofrade sea el mismo que se desenvuelve entre los recuerdos y el
presente. El futuro es un anhelo, a veces, prohibido y, otras, es mejor
dejarlo estar para que se desenvuelva con naturalidad, como la que
impregna esa entrevista que podrán leer y ver el próximo mes de mayo.
Blas J. Muñoz