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jueves, 28 de abril de 2016

Las Cruces, la segunda semana más cofrade del año


Guillermo Rodríguez. Ha llegado una de esas fechas marcadas en rojo en el calendario cofrade cordobés. Y no porque vaya a oler a incienso por las calles ni por la existencia de algún maravilloso altar efímero que convierta en único y singular alguno de nuestros templos. Son otros los motivos que otorgan una importancia capital al último fin de semana de Abril que se convertirá en el primer día del intenso mes de Mayo en el que Córdoba se convierte en una fiesta inacabable y en ocasiones inabarcable.

Ya están aquí las cruces de Mayo, una fiesta que sin ser exclusivamente cordobesa, mantiene unas características concretas en la ciudad de San Rafael, que la convierten en singular. Lejos del estilo de fiesta que se vive en Granada, por hablar de una ciudad en la que ésta es también una de las más importantes del año, las cruces en Córdoba se convierten en un negocio para las entidades que las instalan. Un negocio absolutamente legítimo que desde ciertos ámbitos en los últimos años se ha pretendido despojar de su legitimidad, atacando la línea de flotación de una celebración que existe en la medida en que representa un beneficio para quienes posibilitan su existencia.


Una existencia que se mantiene en el tiempo por la incuestionable participación de las cofradías cordobesas, verdadera esencia de una fiesta sin cuya participación habría dejado prácticamente de existir hace años. Porque son las hermandades las que han conservado una tradición con casi un siglo de existencia y la han conservado porque representa una fuente de financiación fundamental para sus doloridas arcas, una importante inyección económica que de no concurrir, hubiese impedido irremediablemente la aparición de buena parte del espectacular incremento patrimonial experimentado por las corporaciones de la ciudad desde que las primeras cruces cofrades comenzaron a poblar las calles y plazas.

Hermandades como La Paz o el Resucitado, por hablar de las cruces probablemente más representativas, pero también Expiración, Soledad, Santa Faz, Sentencia o Buena Muerte, reciben un caudal imprescindible para que cuadren las cuentas gracias a las cruces de Mayo, del mismo modo que la fiesta sería impensable sin la concurrencia de estas cruces, tal y como están concebidas, barras incluidas. Si estas no existieran tampoco permanecerían las cruces y la tradición hubiera muerto irremisiblemente. 


Por eso resulta fundamental que los cofrades participen de la fiesta y lo hagan colaborando con sus hermandades, que necesitan de una ayuda necesaria para poder subsistir y para poder regalar al patrimonio colectivo de la ciudad, maravillas como las que preñan las calles cada Semana Santa, del mismo modo que resulta inevitable que esta sea la segunda semana del año en que los dirigentes cofrades dirigen la mirada al cielo con interés desmedido y plenamente justificado.

Una fiesta que además de la charlatanería barata que aboga por la supresión de barras, que derivaría indiscutiblemente en la desaparición de la celebración, se ve amenaza por otro fenómeno de relativa nueva aparición, llamado botellón que, al contrario de lo que sucede en Feria, los poderes públicos no se empecinan en negar, sino en culpabilizar a los responsables de determinadas cruces de su existencia, olvidando la evidencia de que son estos los primeros perjudicados de que coexistan en el mismo ámbito geográfico. Esperemos que este año, a quienes corresponde hacerlo, hagan su labor como deben e impidan la concurrencia de este gravísimo problema que, caso de no ser atajado de manera fulminante, amenaza con dañar de manera irreparable la esencia de una fiesta que forma parte indisoluble del espíritu de Córdoba.


Fotos Álvaro Córdoba






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