Blas Jesús Muñoz. La feria, la que se trasladó al Arenal como a
un oasis que no era y es más que el desierto que siempre fue, forjó
errores que se crearon en la etapa final de la Victoria y pusieron su
germen en los pilares de un campo de fútbol, hijo de una aluminosis mal
encofrada, que sigue en fase de reconstrucción (la mejor analogía de
esta ciudad: una obra nueva y obsoleta desde la primera piedra).
Y
así las casetas se trasladaron en caravana hacia el lejano sureste de
la urbe. Se trasladaron, en parte, algunas de ellas con sus hermandades
con los vicios adquiridos. sin embargo, todo eran alegrías, el dinero
fluía y los precios se elevaban y los vasos de plástico dejaban el
regusto de la cutrez del nuevo rico. Sin alcurnia, pero con muchas
ínfulas.
Más tarde, esta historia de felicidad,
amor y casetas a reventar dio un giro. Tal fue que se empezó a ver el
dorado en lo tradicional, entre botellones, peleas, disco-casetas o
gastro-casetas que dan más el perfil de venta de carretera de los ´70.
y, en ésas se andaba cuando el número de inscritos decrecía hasta tener
los participantes que ampliar por la tercera vía su espacio, a fin de
que no se vieran ya más huecos.
Habrá que darle
las gracias a tantos políticos que no me caben en un párrafo porque
sería interminable. Y los actuales gobernantes, queriendo vender un éxito sobre el fracaso de sus mayores no dejan de dejar una extraña sensación que cabalga entre la lástima y el espanto.
Sin embargo, el arte de la
ineptitud en Córdoba es contagioso, compartido e inaprendido. Lo que
viene a llamarse innato. Hubo una hermandad que tensó tanto la cuerda
-por poner un ejemplo anónimo- que, de su hipotecada pero rentable
caseta familiar decidió optar por el alquiler (más europeo), hasta que
los diversos inquilinos que han ido pasando pusieron el nivel más y más
bajo...
No sabemos a cómo de bajo llegará, pero estas son las Ferias y Fiestas 2.1, un extraño cocktail de orgullo y miedo.