Blas J. Muñoz. Se cumple un cuarto de siglo desde que el "pasito chico" de las Penas de Santiago saliese por vez primera a las calles de su histórico barrio. Se cumplen las bodas de plata de una generación que creció en torno a un sueño al que algunos llaman cofradías, pero que todo el que lo vive lo entiende como un modo de vida, una forma de sentir que no deja espacio a nada que no sea un amor absoluto.
Volcado sobre los días, lo permita el tiempo o no, el espacio emocional sobrevive sobre un altar de cultos donde la cuenta es menos cuenta, y la belleza se ciñe sobre un rostro de Mujer que es la luz del mundo porque éste la necesita más que nunca. Una esperanza cierta que clama entre la luz del claustro, al calor de los cirios, al pie de la Cruz.
La Cruz eterna del Cristo de las Penas que ahonda en la devoción que sin Córdoba no se concibe y sin la que la misma Córdoba no concebiría los días que la trajeron hasta aquí. Es una suerte presa de su destino, el que se sabe que es Providencia y ésta no es más que un camino escogido entre los muchos posibles porque es una suerte que no se conoce hasta que, de repente, se posee en garantía de fe, para siempre.
Desamparados nos dejaba sus cultos en una celebración tan genuina como la Virgen que clava su mirada en el Hijo que se hace fuerte en la Cruz para redimirnos y mostrarnos el camino. Las bodas de plata ya aguardan a las de oro y a otra generación que ya aguarda ser acogida por esa misma luz del mundo.
@BlasjmPriego
Fotos Jesús Caparrós