Advertencia previa: el texto que pueden leer a continuación no está basado en hechos reales. Todos los personajes que en él se citan han sido inventados por el autor del mismo, al igual que las distintas situaciones que en él se describen.
Sentado en mi cómoda poltrona, en un lugar de cuyas impresionantes vistas puedo presumir, recibo las primeras luces de la mañana. Frente a mí un café con leche caliente. Desde mi inmejorable ubicación me dedico a ver la vida pasar. Y, por supuesto, a controlar todo lo que por aquí se mueve… que en el ámbito cofrade, afortunadamente, es mucho. Las grandes vidrieras del establecimiento lo permiten. El mundo cofrade… ¡qué hastío tan grande de Córdoba! Bueno, ¡eso si es que se puede considerar que Córdoba tiene de verdad ambiente cofrade! Este mundillo que tan poco merece la pena y que tan ingrato resulta al final solo gusta a necios y a hom… y así es imposible, claro… ¡con tanto tonto que hay por ahí metido! Por ahí pasa Diego, voy a pararlo.
- ¡Diego, Diego!
- Hombre, Ramón, ¿cómo estás?
- Bien, ¿dónde vas?
- A igualar a los chavales, que hoy empezamos.
- Muy bien, muy bien. ¿Cuántos esperas?
- Veinte con mucha suerte. Este palio es duro y reparte leña… la gente tiene miedo. Bueno, ¡qué te voy a contar que tú no sepas! Los tiempos no son como los de antes: vienen veinte que no me dan ni para tres calles. Hace treinta años tenías una cuadrilla sin relevos que empezaba y acababa el recorrido. Ahora…
- Claro, claro. Pero bueno: tú duro, porque la Hermandad sigue confiando en ti y eso es que lo estás haciendo bien.
- A ver… te dejo, Ramón, que voy con prisas.
- Venga, hasta luego.
Vamos, vamos… ¿este hombre cuándo se va a dar cuenta que su tiempo ha pasado? ¿A quién tiene él ya en su cuadrilla? A casi nadie. Así le va… pero claro, con tal de no quitarse el traje cualquier cosa. De sacar cuatro… o cinco pasos, no recuerdo, a uno y de lástima. Por pura pena. Porque claro, es su Hermandad. Y en vez de retirarse con dignidad, ahí erre que erre. Y habrá que ver los veinte niños que van hoy a la igualá de esta gente. Veinte niños que ni para tres calles ni para dos, eso está claro.
Voy a echarle un ojo a la prensa. ¡Anda! Así que estos van a estrenar un simpecado nuevo bordado en oro. ¡Pero si lo que deberían hacer es encargar una Virgen nueva, que lo que sacan a la calle es horroroso! Bueno, eso para empezar… porque a la Cofradía no hay por dónde meterle mano. ¡Qué mal gusto! Así será el simpecado que el periódico no pone ni la foto. ¡Espantoso! ¡Esto en Sevilla no pasa! Mira cómo allí sí que tienen las ideas claras. Allí, allí… aquello es harina de otro costal. Eh… ¡el móvil! Aquí está… es Fermín, el ortodoncista.
Fermín, díme. No, no, no… aquí no lo dejaste. Seguro. Oye, te iba a comentar, que he leído que estos de los Favores estrenan un simpecado en oro y… ¿Qué es maravilloso? ¿Sí? Mira, pues será lo único bien que hacen estos en sesenta años… porque mira que la Virgen es fea y ahí la tienen. Sí, sí… ¡jajajaja! Venga, adiós, adiós Fermín.
Hombre, ahí está Miguel…
- Miguel, ¿qué tal? Oye, ¿os vais a pasar luego?
- Bien, bien. No sé, luego hablo con estos y ya te digo algo.
- Oye, ¿has visto que los Favores estrena un simpecado bordado en oro?
- Algo me habían comentado.
- ¡Es fabuloso! Lo primero que esta Hermandad hace bien desde que la fundaron.
- ¿Tú ya lo has visto, Ramón?
- No, yo no, pero hombre, me lo ha dicho Fermín el ortodoncista. Y tú sabes que él hombre… que sabe.
- Ya, ya…
- Fíjate a qué dos Cofradías pertenece. La de aquí y la de Sevilla. ¡Es que no son cualquier cosita!
- Sí, sí…
- Bueno, luego si acaso os veo.
No es mal tipo este Miguel. Le tengo mucho cariño y afecto. Eso sí, como Hermano Mayor deja bastante que desear. Sobre todo si se compara con los que estuvimos en mi época al frente de la Hermandad. ¡Vaya Cultos han montado este año! ¡De denuncia! Con el mamotreto ese tan feo, ¡por Dios! Pero bueno, Miguel es lo mejor dentro de lo malo. Aún recuerdo cómo le metí en cintura recién llegado a la Hermandad, cuando él era mero ayudante del Mayordomo de la Cofradía. Lo encontré limpiando una mañana de sábado y le dije que cómo era que estaba él solo limpiando enseres. “¡Ya ves! –contestó-. Ni el propio Mayordomo se deja caer”. Así que lo animé a que protestara en la siguiente reunión de la Junta para que pidiera ayuda. Y cuando el hombre intervino le contesté: “¿Tú qué te crees? ¿Que esto es la Amargura? Aquí limpia solo uno: el que tiene que limpiar”. Por la cara que puso no le debió sentar muy bien, pero aprendió la lección.
Aún no sé si fue buena la decisión que tomé en su día de abandonar la primera Junta de Miguel. Desde el puesto que ostentaba manejaba la Cofradía a las mil maravillas… y sin responsabilidad ninguna. Pero claro, ¿qué iba a hacer aquel año que decidí hacerme cargo de la Estación de Penitencia? ¿Someter mi lista de diputados de tramo a la aprobación de una Junta formada por nenes de entre veinte y treinta y tantos años? ¿Yo que lo he sido todo en esta ciudad y en esa Hermandad? ¿A mí me van a aprobar estos una lista? Vamos, ¡ya pueden decir misa los Estatutos! Total, casi mejor así. Así me puedo permitir quitarme de en medio toda la Semana Santa… Bueno, aunque cuando estaba en la Junta también lo hacía.
¡Ahí va! Por ahí pasa Juan Herrero. Voy a ver si hablo con él para ver qué hacemos cuando Miguel termine el mandato. Lo mismo le convenzo para que se presente él. Este tiene más madera de Hermano Mayor que Miguel… ¡Ay, Señor! ¡Cuántos desvelos me trae esta Hermandad mía del alma!
Y Ramón se marchó dejando su poltrona, en realidad incómoda silla de madera desvencijada. Sola como solo estaba el local de donde él había sido capaz de echar a todo el mundo con el paso de los años. Aunque eso Ramón no lo ha comprendido o no lo ha querido comprender hasta el día de hoy.
Dedicado a Miguel, que no está pasando un buen momento.
Marcos Fernán Caballero