Cierto es que, desde que el panorama político irrumpiese en las devociones y tradiciones de la ciudad, lejos de haber quedado silenciadas o relegadas a un segundo plano con motivo de las posibles – y dudosas – intenciones escondidas tras unos titulares siempre envueltos en polémica, parecen incluso haber recuperado gran parte de su protagonismo, lo que a su vez se ha traducido en una renovada expectación por parte de los fieles como la que se dejó sentir en el Patio de los Naranjos al paso de la Virgen de la Fuensanta hace unos días.
Ni siquiera la persistencia del sofocante calor consiguió empañar una jornada en la que, ausencias a parte, la patrona emprendía el camino de regreso a su Santuario rodeada de devotos que acudieron en multitud a la cita con la que se inauguraba el nuevo curso cofrade, también acompañada por las distintas representaciones de la mayoría de las hermandades que, orgullosas de su participación en esa intensa noche, se hacían eco del emotivo recorrido que venía a corroborar la fidelidad a nuestras tradiciones.
El entorno, el calor y la asistencia masiva que se producía al encuentro de la Virgen de la Fuensanta parecían recrear las escenas vividas el pasado 15 de agosto con la Virgen del Tránsito y en las que ambas estuvieron arropadas por sus respectivos barrios y un pueblo que, a pesar de los pesares – entre los que se incluyen sus propias faltas con su, en ocasiones, urgente necesidad de seriedad – han sabido dar a sus largas historias el lugar que se merecen continuando con una tradición devocional que muchos se han empeñado a menudo en desmerecer.
Al igual que otros se han encargado ya de señalar con anterioridad, esto es algo que con la misma frecuencia nos lleva a mirar dentro de la propia comunidad cofrade desde la que proceden algunas de las más duras críticas que tantas veces se empeñan en fundamentarlas en absurdas e incomprensibles comparaciones establecidas entre Córdoba y la ciudad vecina. Unas comparaciones que perseveran en sus rotundas afirmaciones de que la senda establecida por la capital hispalense es la única y la correcta y que todo lo que implique no seguirla e imitarla es hacerlo mal, sin tener en cuenta que esas comparaciones parten de unos contextos de por sí incomparables por factores como las características propias de cada ciudad, su densidad de población o simplemente por el desarrollo de sus tradiciones a través de los siglos.
Son las mismas protestas que año tras año se elevan destacando todo aquello que aún queda por pulir – que ciertamente sigue siendo mucho – las que proceden de los numerosísimos grupos de personas que se esmeran en afirmar la insuficiencia de personas entre los cortejos procesionales y las filas de espectadores, a quienes se examinan desde la perspectiva de otra ciudad a la que toman como referencia y a la que no dudan en escaparse pasando por alto la posibilidad de predicar con el ejemplo en la propia.
Puede que quizá por esa precisa razón en la que se juntan el lastre de la típica apatía y la opinión y el abandono al que la someten quienes infravaloran la conducta cordobesa en lo que a sus tradiciones cofrades se refiere haya que reconocer el enorme mérito de quienes han conseguido perpetuarlas hasta nuestros días dignamente, aunque para ello sea necesario remitirse a las imágenes en las que la devoción y la presencia de cofrades se hace notar, no solo en el presente con la entrada del Gitano en San Andrés o la de la Virgen de la Trinidad en un Martes Santo al que se sumaban las ganas acumuladas de un Domingo de Ramos y un Lunes Santo frustrado, sino también en un pasado en el que, aún sin influencias, el pueblo cordobés ya abarrotaba las calles con devociones tan suyas como la de San Rafael y la Virgen de los Dolores.
Esther Mª Ojeda