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miércoles, 26 de octubre de 2016

El Buen Fin, un misterio en continua evolución


Esther Mª Ojeda. De una forma u otra y aunque a veces no seamos conscientes de ello, el tiempo es sin duda alguna un factor de gran relevancia también en la vida de nuestras cofradías,  ya sea por progreso – en cuestiones de bandas, patrimonio artístico, estilo, etc. – o por lo que pueden ser simples cambios que, al margen de la visión subjetiva de cada cual, no tienen por qué traducirse en mejoras ni en todo lo contrario.

Por claro ejemplo de esas alteraciones e innovaciones cabría pensar en las típicas incorporaciones de misterios de tan rabiosa actualidad en los tiempos que corren. Muchas son las hermandades que, transcurrido un tiempo, se plantean la posibilidad de sumar a sus pasos nuevas imágenes con las que configurar un pasaje concreto, dándole si cabe más realismo a la escena. Aunque, como bien sabemos, es asimismo una cifra considerable de corporaciones las que, en algún momento de su historia y por algún motivo, han tomado la determinación de simplificar sus representaciones, dejando las tallas de sus antiguos misterios para las fotografías de archivo histórico y el recuerdo colectivo.

Quizá no habría caso con el que mejor ilustrar esta introducción que con el de la hispalense Hermandad del Buen Fin. Tras una larga serie de vicisitudes, esta comenzaba a constituirse nuevamente entre 1909 y 1910, retomando su estación de penitencia con el que era el antiguo paso del Cristo de San Agustín. En este nuevo período, lejos de realizar su recorrido en la más completa soledad como ocurre en la actualidad, el Santísimo Cristo del Buen Fin aparecía acompañado de las imágenes de la Virgen de la Palma y San Juan Evangelista.

Tan solo tres o cuatro años más tarde, la escena se vería alterada con la integración de una nueva talla: la de María Magdalena que, implorante, aparecía arrodillada ante la imagen del magnífico crucificado. Sin embargo, apenas habían vuelto a transcurrir unos años cuando a principios de la década de los 20, la Hermandad del Buen Fin, aprovechando el espacio que las nuevas andas le otorgaban, introduce en el misterio anterior a las Santas Mujeres que, junto con el resto de imágenes, parecían presenciar el momento en el que un también recién incorporado sayón se dispone a saciar la sed de Cristo. Por si la congregación sobre el paso fuera escasa, poco más tarde la cofradía del Miércoles Santo completaba la escena con un nuevo centurión  romano.

Llegados a ese punto, la hermandad no tardó mucho en considerar excesivo el cúmulo de efigies reunidas sobre el paso además de lo ilógico que resultaba recrear el célebre momento en que Cristo decía tener sed cuando la obra de Sebastián Rodríguez yacía muerto aún clavado al madero. Dichas razones incentivaron que algunas de las imágenes fueran desapareciendo progresivamente hasta que el pasaje quedó únicamente formado por las tallas de la Virgen y las Santas Mujeres reunidas a los pies de la cruz, no sin haber probado antes distintas composiciones.

El resultado de una de esas formaciones lo podíamos comprobar con una fotografía que hace unas horas compartía la cuenta de Twitter de la hermandad – adjuntada por @Nicodemo_BLC – y que nos mostraba al paso de misterio adentrándose en una mítica y concurrida Calle Sierpes en la jornada del Jueves Santo de 1934.

No sería esta la definitiva disposición con la que habría que quedar el Santísimo Cristo del Buen Fin, sino que por el contrario, la escena quedaba nueva y considerablemente más reducida con la única compañía de María Magdalena que, llorosa, seguía alzando su mirada a Jesús muerto en la cruz. 


Esta estética quedó asentada durante décadas, concretamente hasta que en 1972 la primitiva talla de la Magdalena pasa a ser sustituida por una de nueva factura realizada por el reconocido Luis Álvarez Duarte. El mismo imaginero sería el elegido por la cofradía para dar forma a la nueva escena que contaría con los Santos Varones y un centurión, con lo que ahora el momento representado pretendía ser aquel en el que el romano da a José de Arimatea el consentimiento para que se haga cargo del cuerpo del Señor.

El nuevo episodio salido de las gubias de un joven Álvarez Duarte fue el entorno en el que el Santísimo Cristo recorrió las calles sevillanas hasta el Miércoles Santo de 1998, año en el que definitivamente se decidió mostrar al antiguo titular procesionando en absoluta soledad dando lugar a una costumbre que la corporación mantiene hasta el presente.




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