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martes, 22 de noviembre de 2016

El Cirineo: Manos arrugadas


El asunto del que hoy vengo a hablarles no es nuevo en absoluto. Pertenece a ese rosario de temas recurrentes que aflora periódicamente en cualquiera de mis conversaciones cofrades, desde que tengo uso de razón. Cómo nos gusta llenarnos la boca hablando de bordados, de nuevos elementos de orfebrería, de si se dobla o no cuadrilla, de bandas o de capataces y echamos al cajón del olvido de manera perpetua el que en mi opinión es uno de los dos grandes problemas que asolan con fiereza a las cofradías cordobesas; la composición de los cortejos. El otro es el desesperadamente elevado porcentaje de incompetentes, sin la formación mínima exigible para dirigir cofradías que proliferan bajo la sombra de la torre de lo que algunos ahora vuelven a denominar Mezquita-Catedral porque quien paga manda... "Mezquidral" dice un buen amigo con ironía... Pero volvamos al asunto, que me disperso. Ni los inútiles con cargo ni la Mezquidral son el asunto del día sino como les decía, la composición de los cortejos.

En la excelente entrevista concedida a Gente de Paz, por Antonio Ruf, hermano mayor de la Merced, el pasado fin de semana, a la que tanto provecho ha sacado el club cofrade de ABC -una vez al año no hace daño- aprovechando que algunos habíamos adquirido el compromiso de la discreción, en la que, dicho sea de paso, el máximo dirigente de la cofradía mercedaria evidenció que él no pertenece a este grupo de personajes con preparación negativa para gestionar una comunidad de vecinos, no digamos ya una hermandad, salió a colación precisamente el asunto de la composición de los cortejos. Ruf utilizó el término "manos arrugadas" y venía a decir que cuando proliferen entre el cuerpo de nazarenos que componen los cortejos de nuestras cofradías, la Semana Santa de Córdoba habrá dado un paso importante. 

Yo, que pienso del mismo modo, he tenido siempre presente que las cofradías cordobesas no pueden mantenerse en modo alguno con cortejos formados por niños. Mientras sigamos pensando en esta bendita ciudad, que salir de nazareno es una especie de juego infantil, no habrá futuro para nuestras cofradías. No me malinterpreten, bienvenidos sean los niños y adolescentes, pero es una falacia mantener que son el futuro. Lo serán exclusivamente, sí cuando alcancen la edad adulta se mantienen formando parte de la hilera nazarena que configuran los cortejos. Porque la secuencia permanente convertida en camino hacia el abismo del vacío en la que nos hallamos, comienza con el niño que coge una varita hasta que tiene edad suficiente para cambiarla por un cirio, el pre-adolescente que lleva un cirio hasta que tiene edad suficiente (a veces aún insuficiente) para sustituirlo por un costal y una faja, y cuando abandonan estos objetos de deseo, fin último para la inmensa mayoría de ellos, siendo aún jóvenes, casi ninguno recupera el cirio. Esa es nuestra auténtica asignatura pendiente.

No es un problema de hermanos, sino de nazarenos, porque es cierto que muchos terminan dándose de baja en sus respectivas hermandades, pero con carácter general, quien entra de niño en una hermandad se mantiene pagando religiosamente su cuota en edad adulta e incluso suele introducir a sus hijos. Es un problema de filosofía. En Córdoba existe la ridícula concepción de que vestir la túnica es algo que corresponde a los niños, como si de un disfraz de fiesta de fin de curso se tratase, convirtiéndose en casi una entelequia encontrar, como ocurre en otras ciudades, a varias generaciones de una misma familia vistiendo juntos la túnica. Insisto en que es un problema de nazarenos. Le voy a proponer un interesante ejercicio práctico: la próxima Cuaresma, acudan a presenciar el Vía Crucis de la Hermandad de la Expiración, comprobarán de manera fehaciente, que las manos arrugadas están ahí y forman parte de las hermandades. Podría ser objeto de un estudio sociológico abordar las absurdas razones que provocan que cuando llega la Semana Santa la mayor parte de quienes lucen estas manos arrugadas experimenten una extraña aversión por la túnica, salvando honrosas excepciones, que les impide vestirla junto a sus hijos y sus nietos.

Podría mencionarles lo maravilloso y al mismo tiempo descorazonador para un cordobés que supuso observar quiénes componían el cortejo que hace apenas dos semanas acompañaba al Gran Poder por las calles de Sevilla pero, ¿para qué?, si ya se lo saben. Esa es la gran diferencia entre unos y otros. Allí se piensa que ser nazareno de Dios y acompañarle camino del Calvario es haber sido agraciado con la mayor de las fortunas, ser un elegido... y aquí, la mayor parte de los "cofrades" prefiere un costal, una cámara de fotos, un instrumento musical o un traje de chaqueta con el que pulular alrededor de un paso de palio aparentando la importancia de la que se carece. Mientras no seamos capaces de alterar esto, jamás lograremos avanzar por el camino correcto, porque por mucho patrimonio material de que logremos dotar a nuestras cofradías, si éstas carecen del patrimonio más elemental, el humano, en el que ha de cimentarse todo lo demás, nuestras cofradías seguirán desenvolviéndose por las calles de nuestra ciudad envueltas en su infinita soledad, esa que lleva nuestras cofradías hacia el camino de la nada.


Guillermo Rodríguez








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